lunes, 7 de julio de 2014

BLANCO Y NEGRO


Antiguamente el CINE siempre era en blanco y negro. La aparición del cine en color suele situarse en torno a 1935 y alrededores con producciones como El mago de Oz  o Lo que el viento se llevó que maravillaron a multitud de espectadores. A partir de entonces, el blanco y negro quedó como un formato del, pasado, una estética que invocaba cierta nostalgia.
Esto determinó que el hecho de hacer una película en blanco y negro pasara a ser, más que una obligación, una decisión estética y creativa muy valorada por muchos directores. El blanco y negro le daba a la cinta un tono despojado, austero que no intenta deslumbrar visualmente y que permite hacer énfasis en otros elementos narrativos.

Pero el arte de la luz y las sombras ha seguido llamando la atención de los cineastas para conseguir determinados ambientes, diferentes atmósferas y para crear reminiscencias de otras épocas.

A partir de la década de 1970, las películas en blanco y negro fueron cada vez menos y se convirtieron en la excepción a la regla. ¿Por qué si era tan fácil y económico hacer una película a color -y por ende mucho más realista- alguien haría una en blanco y negro?. 
Este año de 2014 me ha llamado poderosamente la atención que dos de mis películas preferidas están rodadas precisamente en blanco y negro. Esas pelis son  la polaca Ida y la norteamericana Nebraska.





Ida es una película dramática polaca de 2013, dirigida por Paweł Pawlikowski.

Polonia 1962. Anna es una guapa jovencita de 18 años, que se prepara para convertirse en monja en el convento donde ha vivido desde que quedó huérfana de niña. Descubre que tiene una pariente viva a la que tiene que visitar antes de tomar los votos, la hermana de su madre, Wanda. Ambas se embarcan juntas en un viaje de descubrimiento sobre ellas mismas y de su pasado común. Anna descubre que su tía no sólo es una antigua jueza del Estado comunista, conocida por sentenciar a  personas a muerte, sino que además es judía. Descubre así que ella también es judía y que su verdadero nombre es Ida. Esta revelación hace que Anna, ahora Ida, inicie un viaje para descubrir sus raíces y para enfrentarse a la realidad sobre su familia. Ida debe elegir entre su identidad natal y la religión que le salvó de las masacres de la ocupación nazi de Polonia. Y Wanda debe enfrentarse a decisiones que tomó durante la Guerra, cuando eligió la fidelidad a la causa antes que la familia.







Sus signos de identidad son la austeridad, los largos silencios, la economía narrativa y un blanco y negro que retrata a la perfección la Polonia de comienzos de los sesenta. Todos estos factores y la minuciosa y excelente ambientación hacen de ésta una magnífica película que necesita del espectador una predisposición muy distinta a la del habitual producto de consumo.

Por eso se ha paseado por numerosos festivales y ha logrado premios de relieve en los de Gijón, Toronto, Londres y Varsovia. 




En apenas 80 minutos, la cinta saca a la superficie unos hechos que forman parte de la memoria histórica polaca con una sobriedad y una elocuencia considerables. Lo hace valiéndose del personaje de Anna, una novicia que ha vivido desde pequeña, cuando sus familiares fueron asesinados, en un convento. Cuando  habla con su tía, descubre secretos totalmente ignorados que se remontan a la época de ocupación nazi. Anna accede a una única y elemental verdad: su verdadero nombre es Ida Lebenstein, y es judía. Anna es una monja judía. Anna verá cómo la intensidad de los sucesos que está viviendo impactan de lleno en todos los órdenes de su vida y de su conciencia. Sin salirse de estos delicados derroteros y confiando casi exclusivamente en los personajes de Anna/Ida y Wanda, la cinta va desbrozando un relato terrible que es patrimonio del pueblo polaco, masacrado por los nazis y sometido en décadas posteriores al dictado de la Unión Soviética.


Pawlikowski nos ama a su manera, pausada y estoica, de ahí que su cine sea un cine de reflexión y choques, como lo es Ida, grisácea, extraña y etérea.
Ida es una pequeña obra maestra que, desde luego, no te dejará indiferente.

La otra película que más me ha gustado este año es la obra de Alexander Payne (Los Descendientes, Entre Copas), Nebraska. Narra la sorprendente historia de una peculiar familia de la América Profunda. Con una espectacular fotografía en blanco y negro y unas interpretaciones que han acabado en prácticamente todas las listas de las mejores del año (Bruce Dern ganó el premio al Mejor Actor en el pasado Festival de Cannes), Nebraska es una película que te emocionará una y otra vez.


El argumento se centra en Woody Grant (Bruce Dern), un anciano con problemas de demencia de un pueblo de Montana, que está convencido de que ha ganado un millón de dólares, y quiere ir a la ciudad de Lincoln  en Nebraska para cobrarlos. A pesar de que su aguerrida esposa Kate (June Squibb) y sus dos hijos le explican que se trata de un truco de marketing, y que no ha ganado nada, él se empeña en ir a esa ciudad, situada a 1.200 kilómetros, aunque sea caminando. Finalmente, su hijo David (Will Forte) decidirá llevarle para que se convenza por sí solo de su error. Se trata de una “road movie”en la que el protagonista de ese viaje es un anciano y su hijo.



En un perfecto blanco y negro,  nos cuentan los esfuerzos que hace un hijo para reencontrarse y entender a su despistado y alcohólico progenitor. Así que la película no sólo es un elogio de los lazos familiares y de la restitución de un vínculo filial dañado, sino que también es un canto a la honorabilidad de la tercera edad. Una película imprescindible.

En los últimos años hemos visto una serie de películas que han vuelto a elegir el blanco y negro para transmitirnos una sensación de nostalgia, para crear intimidad, para llevarnos a épocas pasadas o para mostrar con más crudeza los sentimientos. De entre ellas destacamos las siguientes.



The Artist (2011, Michel Hazanavicius). Sin lugar a dudas, esta es la película que mejor ha sabido explorar y explotar la idealizada nostalgia por el cine de antaño. Planteada como un guiño simpático al cine mudo , The Artist supo cautivar la mirada curiosa tanto del gran público como de los académicos del mundo entero: además de en los Oscars de Hollywood, la película arrasó en todos los premios. Llena de encanto naïf, interpretaciones encomiables y el perro más simpático del cine moderno, The Artist demostró que el blanco y negro sigue muy vivo.



El hombre que nunca estuvo allí (2001, Joel y Ethan Coen). Esta es probablemente una de las películas menos conocidas de los hermanos Coen, pero eso no significa que no sea digna de revisión. El film cuenta la historia de un hombre que intenta escapar de su insoportable rutina y tiene como protagonistas a Billy Bob Thornton, una jovencísima Scarlett Johansson y Frances McDormand. En realidad, la película fue rodada en color, pero (como era su intención inicial), los Coen decidieron estrenarla en blanco y negro para evocar más efectivamente los años 50.



Clerks (1994, Kevin Smith). Todo un clásico del cine independiente de los noventa. Para hacer la película, su director, Kevin Smith, decidió vender su colección de cómics y exprimir unas cuantas tarjetas de crédito. Filmada íntegramente en blanco y negro, cuenta las desventuras de un par de dependientes de un mini-supermercado en Nueva Jersey: sus líos con las chicas, con los clientes, los colegas… Una película que convierte lo cotidiano en extraordinario. 


 Ed Wood (1994, Tim Burton). Cuando Tim Burton anunció que quería hacer una película en blanco y negro sobre la vida y obra de Ed Word (el peor cineasta de todos los tiempos), el estudio Columbia Pictures rechazó la idea. Finalmente, Burton acabó realizando el proyecto con Disney, que le ofreció libertad absoluta. La película, protagonizada por Johnny Depp, fue un fracaso relativo de taquilla, sin embargo, para muchos, se trata de la mejor película de la trayectoria de Burton.                                                 

Manhattan (1979, Woody Allen). El genio de Nueva York decidió filmar en blanco y negro este poema fílmico a su amada ciudad porque, según él, así es como recordaba el Manhattan de su infancia. Según las declaraciones del director: “En Manhattan, creo que conseguimos capturar el espíritu de la ciudad. En la gran pantalla, la ciudad muestra su belleza, pero también su decadencia”. Cuando fue estrenada en video, Allen pidió que se mantuviera el formato original (panorámico) de la cinta, algo muy poco habitual a principios de los 80: toda una demostración del compromiso de Allen con la dimensión estética del filme.



La lista de Schindlers (1993, Steven Spielberg). Según Spielberg, la decisión de filmar la película en blanco y negro se tomó con la intención de dotar al filme de un aire intemporal. Las principales inspiraciones fueron el expresionismo alemán y el neorrealismo italiano. Al parecer, el trabajo en blanco y negro obligó a los diseñadores de decorados y vestuarios a readaptar sus diseños: fue necesario oscurecer paredes y vestidos para acentuar su contraste con la piel de los actores.



Toro salvaje (1980, Martin Scorsese). Este biopic del temperamental boxeador Jake LaMotta (Robert De Niro) fue recibido inicialmente con una cierta frialdad por parte del público y la crítica, pero hoy en día es considerado uno de los mejores filmes de la historia. Scorsese y el director de fotografía Michael Chapman optaron por filmar en blanco y negro para dotar de veracidad histórica al relato: la película transcurría en los años 40 y ambos recordaban los combates de boxeo de la época a través de fotografías en blanco y negro. Además, el blanco y negro permitió a la película diferenciarse de otros filmes pugilísticos de la época, como la célebre Rocky.


Espero que este pequeño repaso al cine en blanco y negro os incite a ver una película. Disfrutad.

By Yola

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