domingo, 5 de abril de 2015

JOSEP TAPIRÓ

El pintor orientalista Josep Tapiró (Reus, 1836 – Tánger, 1913) alcanzó una notable fama internacional en vida, para más tarde ser casi olvidado.  Pasado los cien años después de su muerte, su obra, dispersa por medio mundo, se revela de una extraordinaria calidad y le sitúa en un lugar destacado en el contexto internacional de la pintura de este género.


Josep Tapiró Baró fue el primer pintor peninsular que se instaló en Tánger, acercándose a la vida tradicional marroquí. Llegó mucho más lejos que la mayoría de pintores orientalistas: más allá de lo pintoresco y la ensoñación literaria.

Tapiró había descubierto Tánger, ciudad considerada «la puerta de África», unos años antes de tomar la decisión de instalarse en ella, en 1871, durante un viaje en compañía de su amigo Mariano Fortuny. Aquel primer viaje dejó en él una profunda huella y le reveló los que iban a ser los grandes temas de toda su obra: la representación de la vida tradicional norte-africana y sus protagonistas.


En Tánger, Tapiró viviría desde 1877 y hasta su muerte, y durante todos esos años el pintor realizó una aproximación casi científica a la sociedad magrebí. Además de su magnífica calidad artística, su obra es un significativo documento testimonial de un mundo en retroceso ante la presión colonialista europea. Tapiró pudo experimentar en directo la extraordinaria transformación urbana y cultural que vivió la ciudad. El pintor se sumerge e implica en aquella realidad y huye de los lugares comunes de moda desde el romanticismo. Busca la verosimilitud y en sus obras rompe con el «sueño oriental» alimentado por los relatos de los viajeros y recreado por la literatura, un sueño que fascinaba en Europa y en Norte América. En la obra de Tapiró, inspirada por la filosofía positivista, hay rigor documental y un cuidadoso objetivismo.

 Consigue entrar en lugares hasta entonces vedados a los extranjeros, asiste a las ceremonias religiosas e, incluso, parece que llega a disfrazarse para colarse en un gineceo y así poder asistir a la ceremonia de preparación de una novia. Las bodas, las tradiciones religiosas y las escenas de la vida doméstica, que él describe con todo detalle, constituyen un verdadero relato pictórico de los aspectos más atractivos de la vida tradicional tangerina.

El orientalismo peninsular se inscribe plenamente en el orientalismo europeo y se adapta a los planteamientos estilísticos de cada momento. Sin embargo, la herencia musulmana y la proximidad geográfica con África lo hacen singular.
Por otra parte, la guerra hispano-marroquí de 1859-1860 descubrió Marruecos a los artistas peninsulares, especialmente a Mariano Fortuny, que viajó al norte de África a cargo de la Diputación de Barcelona para documentar una serie de batallas. África le descubre a Fortuny no sólo una temática fascinante sino también la luz y el color que incorpora a su obra a partir de ese momento y que le harán internacionalmente famoso. Las obras de Fortuny son obras maestras del género, y tuvieron una enorme influencia en el imaginario europeo.

El orientalismo de taller tuvo especial éxito en Cataluña durante la expansión económica de los primeros años de la Restauración, conocidos como la Febre d’Or.  Con una pintura  que describían un ambiente sofisticado y decadente, en consonancia con los gustos del momento.

















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