lunes, 19 de diciembre de 2016

SOBRE LA UTILIDAD DE LO INUTIL Y OTRAS COCINAS


En 2013 Francisco García Pérez se hizo eco en un artículo de opinión denominado: ¿Para qué sirve un martillo?, publicado en la Nueva España de la publicación  del profesor italiano Nucio Ordine: La utilidad de lo inútil. En el artículo, se reflexionaba sobre las cuestiones que planteaba el libro:” La polémica es eterna: todo el mundo sabe para qué sirve un martillo; pero ¿para qué sirven una sinfonía de Mahler, un poema de Pessoa, un cuadro de Turner, una novela de Proust, un drama de Shakespeare, una película de Hitchcock...? Los martillos y sus martillazos generan beneficios contantes (y sonantes), mientras que el cultivo de las humanidades no. Se ve y se cuantifica la utilidad del martillo: ni se ve ni se cuantifica la utilidad de un cuarteto de Haydn. En todo caso, la cultura sirve para pasar el rato, un mero entretenimiento: ni se construyen puentes con ella, ni se moldea el hierro, ni se ensamblan armarios. Por lo tanto, las ciencias, las artes y las letras son "inútiles", al contrario del martillo, cuya "utilidad" resulta evidente. En conclusión, si hay que recortar y hay que prescindir, métase tijera a los llamados "productos del espíritu", tan inútiles para la producción de bienes reflejados en caja, y conservemos los martillos”.  Y sigue el artículo “Contra este modo envilecedor de pensar (el único dios es el dinero, y los mercados, sus profetas) escribe el profesor italiano Nuccio Ordine (1958) esa apasionada refutación del servilismo hacia el becerro de oro que es La utilidad de lo inútil. Aun siendo breve, el libro ofrece un muestrario suficiente de lo que se ha dicho a lo largo de la Historia sobre el asunto.

Se apoya en los clásicos para argumentar y defender su punto de vista: que lo "inútil" es lo que precisamente nos hace humanos, de ahí que su "utilidad" debería estar fuera de toda duda, pues, ¿qué tendríamos de humanos, qué nos distinguiría de otras especies si cerrásemos y proscribiésemos bibliotecas, salas de arte y música, laboratorios: si, en definitiva, clausurásemos la memoria de lo que hemos sido para dedicar nuestras vidas a dar martillazos, a ser nada más que piezas bien engrasadas del sistema productivo capitalista? Imaginarse un mundo sin libros, cuadros, catedrales, cine, música no solo sería una pavorosa pesadilla, sino el fin de la especie humana como tal. Calvino, Ionesco, Gramsci, Lorca, Bataille... acuden en apoyo de la tesis de Ordine, quien no duda en dedicar un capítulo entero a la Universidad entendida como empresa y a sus estudiantes como clientes (amén de un jugoso tratado final a cargo de Abraham Flexner, un excelente pedagogo del XIX) y acumular ejemplos de lo que sería un desastre total, una aniquilación genocida de lo humano: la desaparición de lo que llaman "inútil" y la pervivencia exclusiva de lo que llaman "útil". Lectura, pues, altamente aconsejable, sobre todo para proveerse de armamento mental "inútil" con el que razonar contra la necedad ambiente utilitarista que nos quiere sepultar.


 Este artículo me vino a la cabeza al conocer una iniciativa de la diputación de Guipúzcua, llamada El Kolmado. Muchos recordaremos esas tiendas de ultramarinos abarrotadas de latas, estanterías infinititas, un peso en el mostrador, papeles de estraza para envolver el embutido y latas de galletas danesas que con su fondo azul pedían ser bajadas con esas varas que el tendero manejaba tan hábilmente. Hasta el día 8 de enero en San Sebastián hay un colmado muy especial, uno que alberga sólo productos de primera necesidad.
 Su finalidad es sensibilizar a la ciudadanía de la importancia de la cultura y de lo injusto que resulta aplicarle el mismo IVA que a un artículo de lujo. En la presentación han participado el Diputado foral de Cultura Denis Itxaso y María Berasarte, miembros de la Oreja de Van Gogh, Alex Ubago, Mikel Erentxun y Ainhoa Garmendia.


 Cuando le preguntan a Denis Itxaso sobre el objetivo de esta tienda situada en el centro de San Sebastián y en la que  no se puede comprar nada, dice que es concienciar del valor de la cultura, de su valor como un objeto de primera necesidad. En la tienda también se puede obtener información sobre las actividades culturales organizadas durante los días venideros y la posibilidad de adquirir unos bonos culturales, con los que hacer más llevaderos esa cesta cultural que en muchas  ocasiones debes desechar en favor de otros productos.
En esta tienda de ultramarinos las tabletas de chocolate no huelen sino que suenan. Suenan a ‘London Calling’, el emblemático tema de The Clash. Los botes de guisantes no contienen legumbres sino aventuras. Dan cobijo a las letras de ‘Jane Eyre’, ‘Robinson Crusoe’ o ‘Los tres mosqueteros’. En las latas de atún no hay mar sino ciencia ficción, la de los replicantes de ‘Blade Runner’. Las latas de aceite no encierran este oro verde sino que mantienen enjaulado a ‘Frankestein’. El cartón de jabón no sirve para lavar la ropa sino para limpiar ‘La metamorfosis’. Y la docena de huevos no proyectan tortillas y sí películas como ‘Amama’. No hay productos comestibles por la boca pero sí por la vista y el oído. Y siguen siendo productos de "primera necesidad"
Así que si queremos hacer una buena compra, allí encontraremos unos espárragos marca La Odisea, unas patatas con palabras retorcidas de la protagonista de Yerma, un bote de tomate para aderezar los conflictos que planteó Tolstoi en Guerra y paz, los zumos sólo serán de una naranja mecánica, las verduras, las que no comía en el orfanato, Oliver Twist. Y así una larga lista de productos. Al final no habrá que pasar por caja,  sólo comprender lo útil que resulta  lo inútil.



A David Pérez Mencheta, le ha dado por montar un restaurante, ahora que los quioscos albergan en las portadas de las revistas  pulardas trufadas, pavos rellenos y esas secretas recetas que te harán sobrevivir en las fiestas navideñas. El establecimiento patrocinado por  el Centro Dramática Nacional, nos muestra un espectáculo frenético y un texto que merece representar, la obra del dramaturgo británico Arnol Wesker: La cocina.
 En la página del Centro Dramático Nacional  encontramos  el argumento “El Londres de los años 50, en plena posguerra, la cocina de un restaurante es un hervidero “para bocetar una metáfora del mundo en que vivimos, mezclando nacionalidades, razas y culturas diversas, y obligándoles a colaborar y a convivir –y sobrevivir– en torno al epicentro creativo de un restaurante de 1 000 comensales diarios, donde trabajan y se deshumanizan día a día. Pero no es la deshumanización de los personajes lo que me interesa, sino precisamente el latido, los sueños y los anhelos que aún habitan en ellos.
Un elenco heterogéneo formado por veintiséis intérpretes, representando a las diecisiete comunidades autónomas, llenará de palabras en distintas lenguas, de acentos, de gestos, de baile, de música, y sangre, sudor y lágrimas un espacio concebido en 360 grados, en el que la imaginación, la magia, y el trabajo con los sentidos envolverá al espectador durante poco más de dos horas.”.
Con estas palabras sintetiza el director Sergio Peris Mencheta el argumento de La cocina. 26 actores sobre el escenario, el público los rodea y percibe la crítica a la alienación de la sociedad. La obra se podrá ver en el Teatro Valle-Inclán hasta el 30 de diciembre

El crítico teatral Marcos Ordóñez en un artículo publicado por el diario El  País, el 7 de este mismo mes, elogia la obra de una forma muy entusiasta. Todo le parece bien: la puesta en escena, el texto teatral, respetado totalmente por Peris Mencheta, la actualidad del mismo, la iluminación, el genial trabajo de los actores, etc. No quedan entradas para ninguna función, ojalá, como  pide el crítico en su artículo, se prorrogue.
Por Almudena

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