Tengo una amiga que dice que los
viajes están sobrevalorados, y no lo dice desde la más completa de la ignorancia
de la que nunca ha salido a la puerta de la calle, o no ha tirado de pasaporte,
sino, aunque sea desde su otra vida, ella estuvo muy viajada. Sin darle la
razón, si es verdad que muchas veces la EXPECTAVITA
supera a la REALIDAD, y cuando nos
entusiasmamos por un viaje uno de los
motivos es conocer lo que ya conocemos por medio de fotos, de internet, o
incluso por los viajes de cualquiera de nuestras amistades. Muchas veces, de
cara a nuestro próximo viaje, solemos tomar una decisión basándonos primero en
nuestros gustos, y posteriormente mirando fotos del lugar en cuestión. El
problema es que a veces esas fotos provienen de catálogos en los que se trata
al destino como un producto, por lo que siempre van a mostrar un aspecto
impoluto, sin aglomeraciones de gente, y vendiéndotelo como las vacaciones de
tu vida.
Por no hablar de lo que yo siempre he llamado “la accidentada vida del turista
accidental”, basándome en una película
protagonizada por William Hurt y Geena
Davis: qué hacemos en la calle a las cuatro
de la tarde, con una guía del sitio, la cámara de foto y la mochila, con lo a
gusto que estaría tumbado con poca ropa
a la fresquita… o para ver tal o cual monumento o museo importantissimo del
sitio nos tenemos que levantar a tal hora sino estará ya lleno de turistas… ¿y
nosotros que somos? Es probable que os haya sucedido en alguna una ocasión que,
cuando esperásemos encontrar esa maravillosa e idílica postal para hacernos la
ansiada foto, nos encontramos con tener que movernos entre miles de turistas
que, como nosotros, también se quedan sin esa foto soñada.
Por no hablar del calor que suele hacer en Agosto en todos los
sitios donde vamos, aunque nos juran y perjuran que allí en agosto ya no hace
calor:
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