Nadie es un fracasado si tiene amigos (lo tendré en cuenta y perdón por mi vena sensiblera)
“Mamá dice que cada
vez que suenan unas campanillas un ángel ha ganado sus alas ”
Durante la Nochebuena de 1945, abrumado por la repentina desaparición de una importante suma de dinero, George Bailey (James Stewart), dueño de una empresa de préstamos de la pequeña localidad de Bedford Falls y que siempre ha salvado a su pueblo de las crisis ayudando a sus conciudadanos, toma la decisión de suicidarse. En el último instante, Clarence, un viejo ángel que aún no ha conseguido sus alas, le hace recapacitar.
En el diálogo que mantiene con su protector, George le confiesa que hubiera preferido no haber nacido. El ángel toma nota y le concede el deseo. Cuando regresan al pueblo todo ha cambiado de repente y el protagonista descubre cómo sería la vida allí sin él y también la vida de las personas que conoce y que quiere.
La película es una fabulosa lección sobre el sentido de la vida y nos enseña a valorar mucho más lo que tenemos -¿qué haríamos sin ello?- y a lamentarnos menos por aquello que nos falta o no nos sale del todo bien.
Preguntarse qué sería la vida sin nosotros, nos lleva a conclusiones clarificadoras sobre lo que de verdad resulta importante y que pueden ser un poderoso antidepresivo.
Momentos felices que nunca hubieran llegado a serlo; pasiones jamás experimentadas; sorpresas que no lo fueron; diálogos perdidos; sueños ni llegados a soñar y amigos no encontrados… nada de nada.
Al final de la película, el protagonista de “Qué bello es vivir” percibe que todo lo que ha hecho a lo largo de su vida cobra sentido a la vez y tiene una justa compensación. Se da cuenta de que, a pesar de lo que él creía, cuando toda la gente a la que ayudó advierte su necesidad, acuden al rescate… como tantas otras veces lo había hecho antes él mismo con los demás
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