viernes, 21 de febrero de 2014

75 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE ANTONIO MACHADO

LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL POETA


En Diciembre de 1938, tras insistirle León Felipe y Alberti se trasladan Antonio, su  anciana madre, su hermano José y demás familiares de Valencia a Barcelona huyendo de las bombas.
En Barcelona estarán varios meses en Torre Castañer, a las faldas del Tibidabo.
Tenía Machado 63 años y caminaba pesadamente. Sin duda, estaba bien enfermo.
A la medianoche del 22 de Enero, ya 1939, un coche de un amigo pasó a recoger a la familia Machado para dirigirlos a Francia. Dicen que el poeta se puso su mejor traje para salir camino del exilio, “uno azul marino, limpio, y bien planchado”
Y así, entre silencios, salen de Torre Castañer de Barcelona, al igual que antes había salido de Valencia, también huyendo de las bombas.



A partir de este momento todo es confuso.¡ Nadie escribe su crónica.! ¿Quién huyendo de noche al exilio, puede anotar sus pensamientos en un diario? En su mano llevaba Machado un maletín, sus últimos papeles más preciados... Un coche más que se adentra en esa larga caravana que enfila la carretera del litoral, abarrotada de exiliados andando camino de los campos de refugiados  franceses.

Ya, tras innumerables circunstancias adversas, 500 metros antes de llegar a Portbou desde donde se divisa la frontera,  los  chóferes de las ambulancias que los han trasportado hasta aquí, los dejan en la carretera. Ya no se puede seguir más. Y ahí se quedan, sin maletas, sin dinero. A la intemperie de la fría lluvia de invierno. Todo el  escaso equipaje de los Machado, quedó  en el  vehículo, y entre ellos el tan pequeño como apreciado maletín de Machado. Allí, en Portbou, cerca de la frontera, se perdieron para siempre los papeles que según cuenta su hermano José eran los que más valoraba el poeta.

Y así, caminando, llovía intensamente, rodeados de una desesperada multitud, empapados hasta los huesos, empujándose en la oscura noche, llegaron a la frontera donde se agolpaban miles y miles de personas sin documentación. Están en Cerbère-France. Y Machado, caminante de toda la vida, uno más entre ellos. Por gestiones del gobierno de la República se  trasladan en media hora de tren a Collioure, pueblo de la costa, pesquero y pintoresco, refugio de pintores, al Hotel Bougnol-Quintana. Antonio está enfermo, y su madre exhausta, pero con suerte se han liberado del horror de los cercanos y vergonzantes campos de refugiados a donde han llevado al resto de exiliados desde Cerbère.


En Collioure, preocupados por su falta de dinero en un invierno húmedo y frio. A Antonio y  su hermano tan sólo les quedaba una única camisa, que comparten bajando a comer por separado. Machado no salió durante aquel tiempo a la calle. No quiso disfrutar de la belleza de aquel pueblo. La enfermedad, la tristeza por el exilio y por las noticias que llegaban de España le estaban apagando la vida. La única salida la realiza poco antes de su muerte, cuando le pide a José que le acompañe a ver el mar. Viendo las casas de los pescadores le comenta: "¡Quién pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación!". A la mañana siguiente comenzó a sentirse mal y su neumonía empeoró. A las cuatro de la tarde del 22 de febrero, un miércoles de ceniza, el poeta agonizaba sobre una cama verde. Su madre moriría sólo tres días más tarde
.
La noticia de la muerte del poeta se extendió con rapidez. Seis milicianos de la Segunda Brigada de Caballería del Ejército español, que estaban recluidos en el pueblo, se presentaron para portar el féretro, cubierto con la bandera tricolor de la República Española, hasta el pequeño cementerio. Buena parte de la población de Colliure acompaña con la comitiva. Lo entierran en un nicho prestado, a su madre lo harán en el depósito de pobres. En 1.958 los restos de Antonio Machado y de su madre fueron depositados en la tumba que actualmente ocupa, muy cerca de la entrada del cementerio de Colliure



   
Al día siguiente llegó una carta con el ofrecimiento de la Universidad de Cambridge de un puesto como docente en la misma.
De las últimas reflexiones de Machado apenas se sabe nada. Unos días después de su muerte, su hermano José encontró en un bolsillo del viejo gabán de Antonio, “un pequeño y arrugado trozo de papel”. Allí, escritos a lápiz, había tres apuntes:
El primero, las palabras iniciales del monólogo de HAMLET,” Ser o no ser…”, tantas veces repetidas por el poeta en sus borradores.
En el segundo, cuatro versos de “Otras canciones a Guiomar”:
“Y te daré mi canción:
Se canta lo que se pierde
con un papagayo verde
que la diga en tu balcón”.

Y el último, contenía un verso alejandrino:
“ESTOS DÍAS AZULES Y ESTE SOL DE LA INFANCIA”



 Gracias a estos apuntes, sabemos que Machado antes de morir pensaba en la mujer amada que no pudo ser suya, Guiomar; y sabemos por este verso que en sus días finales se trasportaba a su Sevilla natal, a sus años primaverales, a su infancia, a la Sevilla de oro y azul, presente siempre en su corazón caminante.

Tan solo en la sencilla aclaración que justifica la presencia de otro cuerpo en la misma tumba, se recuerda que Antonio Machado era un poeta. Su madre, Ana, lo siguió allá donde fuese tan solo tres días después. Se encoje un poco el corazón al imaginar aquel patio de Sevilla, los campos de Soria y de Castilla, el amor perdido o el nunca alcanzado... aquí bajo esta simple piedra, yace el poeta


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