Texto Juan José Millás. El País
jueves, 3 de julio de 2014
SIETE DE JULIO... SAN FERMIN
Increíble:
una calle tapizada de seres humanos vestidos de idéntica manera. Hay
excepciones (un par de cuerpos de oscuro), aunque resultan tan imperceptibles
como una caries humana en un colmillo de elefante: apenas dos puntitos negros en
un conjunto uniforme, mullido, en una textura regular, equilibrada, serena.
Ganadora del Premio Ortega y Gasset de Periodismo, la foto nos muestra a la
gente en racimos, como si perteneciéramos a una variedad vegetal. Ahí estamos,
descolgándonos como glicinias desde los balcones para adornar las fachadas.
Como enredaderas que fueran hacia arriba y sus flores miraran hacia abajo. Ahí
estamos también, cubriendo el suelo de la calle como una alfombra viva. El
resultado es muy provocador. Dan ganas de entrar en la imagen y cederle tu
identidad al conjunto para formar parte de esa individualidad de mayor signo.
Diluirse en ella, perderse en ella, que resultara imposible distinguir tu
cabeza de entre los cientos o miles de cabezas repartidas en el tapiz. Por cierto,
que esas cabezas, menudas como las de las moscas, corren hacia delante mirando
hacia atrás. Perder la subjetividad ahí, en ese instante de lo que parece un
momento fronterizo, límite. Pero no: desde tu posición se entiende la soledad
del fotógrafo, obligado a tomar una distancia intelectual respecto del suceso,
a abandonar el grupo, al menos lo que dura el parpadeo del objetivo, que en las
mejores fotos suele ser eterno y fugaz de forma simultánea. Con suerte, la
imagen que soñaste al disparar coincide luego con la del monitor. En todo caso,
ha llegado el buen tiempo.
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