domingo, 5 de abril de 2015

LA DAMA DE ORO.


El próximo estreno el día 10 de abril de la película “La dama de Oro” protagonizada por Hellen Mirren en un biopic  de la vida de Maria Altmann, sirve para relatar la historia del famoso cuadro de Gustav Klimt “Retrato de Adele Bloch-Bauer” y los avatares de su herencia.

 'La dama de oro', un drama de proporciones históricas basado en una historia real: la de Maria Altmann, una aristócrata judía que, en su juventud, tuvo que huir de la Viena ocupada por los nazis dejando atrás todas las posesiones de su adinerada familia. 60 años después, Altmann decidió llevar a juicio al Gobierno austriaco para recuperar los objetos más preciosos de su familia, especialmente el 'Retrato de Adele Bloch-Bauer', en el que Gustav Klimt había pintado a su tía.


Durante seis décadas, el retrato de tonos dorados de Adele Bloch-Bauer, una intelectual austriaca de principios del siglo XX, considerada una de las amantes del pintor, colgó de las paredes de la Austrian Gallery, en Viena, junto a El beso, otra de las obras cumbre de Klimt. Había sido un encargo del marido de la retratada, Ferdinand Bloch-Bauer, y formaba parte de la colección de la pareja, que poseía cuatro obras más de Klimt: otro retrato de Adele datado en 1911 y tres paisajes. Adele falleció en 1925 y en su testamento solicitó que tras morir su marido los lienzos fueran donados al Gobierno austriaco. Sin embargo, Ferdinand, un rico empresario judío del azúcar, que huyó a Suiza tras la anexión nazi de Austria en 1938, revocó el testamento de su esposa y decidió que toda su fortuna, incluidos los cuadros, fueran heredados por sus tres sobrinos, Luise, Robert y Maria.

En el año 2006 las obras de Klimt llegaron a manos de la nonagenaria Maria, la única superviviente de aquel testamento. Desde el final de la II Guerra Mundial, los tres sobrinos de Adele y Ferdinand intentaron recuperar el patrimonio de sus tíos, saqueado y repartido entre los nazis. El Gobierno austriaco les devolvió algo pero no los klimt.

Tras el descubrimiento del testamento de Adele en 1988, donde simplemente se expresaba su deseo de donar las obras al Gobierno de su país, los herederos comenzaron una batalla legal que les llevó a denunciar a Austria ante Estados Unidos en 2000. Aquella denuncia, sin precedentes legales, fue finalmente aceptada por el Tribunal Supremo estadounidense en 2004. En enero del 2006  un tribunal de arbitraje austriaco dio la razón a Maria Altmann, residente en Los Ángeles desde 1942, y le tuvo que devolver los  cinco cuadros de Klimt.
 Ese mismo año, las obras se expusieron en Los Ángeles, la ciudad adoptiva de Maria, antes de ir a subasta y venderse a colecciones privadas. El magnate de la cosmética Ronald Lauder compró el Retrato de Adele Bloch-Bauer I por 135 millones de dólares para exponerlo en la Neue Galerie, su galería de Nueva York.  “Adele es nuestra Mona Lisa. Es una adquisición sin precedentes", declaró el comprador en el diario The New York Times,  en cuya negociación intervino la casa de subastas Christie's.

Así es como la Mona Lisa austriaca, que los vieneses consideraban como un patrimonio propio, paso de la Galería Belvedere de la capital austriaca a la ciudad de New York. El director de La Dama de Oro, Simon Curtis, dice al respecto  que hay gente que cree que ese cuadro es herencia nacional que les pertenece como pueblo austriaco, más allá del expolio que cometieron los nazis.


 Huyendo de los moldes conservadores, Adèle fue una idealista que convirtió el salón de su casa, en la céntrica Elisabethstrasse, en lugar de encuentro con lo más progresista de la época: el músico Gustav Mahler, el escritor Stefan Zweig, el también músico Richard Strauss, el arquitecto Otto Wagner y el propio Klimt. Lo que no cabe duda es que Adele Bloch-Bauer fue una mujer especial en su época, algo que todavía transmite su imagen. Quizá por eso sus retratos son algunos de los cuadros más caros de la historia del arte.
La evolución de su relación y de su personalidad quedó reflejada en todos los retratos que el maestro austriaco le realizó. Según algunos expertos, en todas las representaciones que Klimt hizo de Adele -de hecho en todas las mujeres que pintó- se esconde un deseo desbordante hacia ella.   Incluso algunos han llegado a ver en Adele una metáfora de la Dánae o Judit de Klimt.. Sus pinturas, al igual que las de su discípulo Egon Schiele, fueron confiscadas por los nazis por ser consideradas “arte degenerado”.


Como si de un icono bizantino se tratara, sólo podemos apreciar con claridad el torso, parte de los brazos, las manos y el rostro, absorbiendo el entorno al resto de los elementos, incluyendo a la figura en la decoración. Las influencias de la estampa japonesa las podemos encontrar en la eliminación del espacio y la bidimensionalidad de la figura pero la verdadera fuente de este icono la encontramos en los mosaicos bizantinos de Ravena que Klimt había visitado en dos ocasiones en 1903. Incluso algunos estudiosos vinculan esta obra con las madonnas italianas de época medieval, al presentar un aspecto de madre y objeto de culto

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