lunes, 5 de junio de 2017

CIEN AÑOS DE SOLEDAD CUMPLE SUS PRIMEROS 50 AÑOS



 

La primera edición de Cien años de soledad fue publicada en Buenos Aires en mayo de 1967 por la editorial Sudamericana con una edición total inicial de 8.000 ejemplares e incluso la editorial había doblado el tiraje luego de las pruebas de imprenta. Hasta hoy se han vendido más de 30 millones de ejemplares y ha sido traducida a más de 35 idiomas. Varios de los primeros lectores de los manuscritos –como Mario Vargas Llosa y Álvaro Mutis– ya comentaban en voz baja que era una de las mejores novelas en lengua castellana en muchos años, Gabo, incrédulo, no esperaba nada extraordinario. Tenía 40 años, cuatro libros publicados y ninguno era un éxito. El libro finalmente se terminó de imprimir el 30 de mayo con el título de Cien años de soledad y a la semana siguiente (el 6 de junio) ya se conseguía en las librerías de Buenos Aires.  La novela que comienza así:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo...
No fueron cien, pero si varios años: En una entrevista Gabriel García Márquez aseguró que tardó 15 años en crear esta historia. Diversas características sobre Macondo y los personajes los imaginó mientras escribía otros textos.
“En el mundo están ocurriendo cosas increíbles. Ahí mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como burros”.
La dura pérdida de Aureliano Buendía.  Este militar poco exitoso y protagonista de la novela, fue a decir del autor, el personaje con el que más se identificó, a tal grado que escribir su muerte le causó una gran depresión. 

Lo que vino después fue una avalancha inesperada que removió los cimientos de la literatura universal y que aún no se detiene: la historia de las siete generaciones de la familia Buendía y de Macondo, un pueblito imaginario en el Caribe colombiano, se convirtió en un fenómeno mundial
Si se juntan todos los lectores de Cien años de Soledad en un solo lugar, equivaldría a la población de los 20 países con más habitantes del mundo.
Algunos afirman que es la segunda obra más importante de la lengua castellana después de Don Quijote de la Mancha. Tal vez no se equivocan, pues no solo fue el culmen del llamado boom de la literatura latinoamericana –como se conoce al movimiento de escritores que, entre los años sesenta y setenta, revolucionó las letras en español–, sino que hizo popular un estilo conocido como el realismo mágico, lleno de escenas extraordinarias y mágicas (hombres que vuelven de la muerte, hilos de sangre que recorren las calles de un pueblo o hermanos que quedan marcados con cruces de ceniza en la frente), al tiempo que se narran temas de fondo como el día a día de una sociedad rural y la violencia.
Problemas con el envio: Cuando quiso mandar el manuscrito desde México a la editorial argentina, solo pudo mandar la mitad por falta de recursos en efectivo. Por equivocación (o no) mandó la parte final, pero, afortunadamente, la editorial cubrió los gastos del envío.
Sin rastro: Una vez que el libro fue publicado, Gabo, destruyó todos los apuntes y borradores de la novela “para que nadie pudiera descubrir los trucos de mi carpintería secreta”.
En un breve texto, ‘El día que empezó todo’, Tomás Eloy cuenta: “Mercedes y él se adelantaron hacia la platea, desconcertados por tantas pieles tempranas y plumas resplandecientes. La sala estaba en penumbra, pero a ellos, no sé por qué, un reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido, gritó: ‘¡Bravo!’ y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: ‘¡Por su novela!’, dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso instante vi que la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrante aleteo de sábanas, como Remedios la Bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos vientos de luz que son inmunes a los estragos de los años”.


Se cumplía así la premonición de Melquíades cuando finalizó la escritura de sus manuscritos –redactados en sánscrito, “que era su lengua materna”–, pues al concluir esa labor, el gitano exclamó: “He alcanzado la inmortalidad”.

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