jueves, 22 de mayo de 2014

CESAR PÉREZ GELLIDA

VERSOS CANCIONES Y TROCITOS DE CARNE.


MEMENTO MORI.
DIES IRAE.
CONSUMATUM EST.
 Hasta hace poco resultaba habitual que los escritores de novela negra ambientaran sus tramas en ciudades como Barcelona, Nueva York o Los Ángeles, lugares coloridos y cinematográficos, grandes urbes en las que resulta fácil perderse y donde la persecución de un asesino en serie, por ejemplo, puede llegar a complicarse hasta límites insospechados. Sin embargo, las cosas están cambiando. Un vistazo a las noticias demuestra que el mal, en su forma más humana y cruel, ha dejado de ser patrimonio exclusivo de las grandes ciudades. Este fenómeno no ha tardado en calar en la producción literaria de este país, y varios autores se han atrevido a dar forma a los crímenes más escabrosos y a las intrigas más oscuras en los lugares más insospechados.

Dolores Redondo, por ejemplo, ambienta su trilogía de novela negra en el  Valle del Baztán, Navarra. El inspector Leo Caldas tiene su centro de operación en torno a las Rías Baixas (Domingo Villar). El comisario Falcó, consideramos a Robert Wilson como “Uno de los nuestros” .tiene su centro de operaciones en Sevilla. Bevilacqua y Chamorro, que pronto hablaremos de ellos, desde la Unidad Central se desplazan por toda la geografía ibérica. O el incombustible Cesar Pérez Gellida, quien comienza y finaliza su trilogía Versos, canciones y trocitos de carne nada menos que en Valladolid.

Es el nombre de una trilogía negra cuyos denominadores comunes son la poesía, la música y la investigación criminal. 
El 13 de febrero de 2013 se publica la primera parte de la trilogía, Memento mori, en la que se presentan los personajes que protagonizarán la historia, aunque no todos nos acompañarán hasta el final del viaje. El argumento está construido sobre los cimientos de la novela negra y el thriller, utilizando una técnica narrativa de corte cinematográfico a través de la cual se logra que el lector se sumerja por completo en la intriga. La acción se enmarca en Valladolid, una ciudad poco utilizada como escenario para la novela, pero que desprende una esencia propia que se revelará como un ingrediente fundamental de esta obra. Recorre los meses de septiembre de 2010 hasta marzo de 2011. 

Dies irae es el título de la segunda parte. El argumento se desarrolla en un doble espacio temporal: desde marzo hasta mayo del 2011, y en un pasado reciente, en el que se relatan escenas que irán aportando luz a las preguntas que revolotearán a buen seguro en la mente del lector. La acción no llevará a recorrer las calles de dos ciudades europeas: Trieste y Belgrado, a las que viaje para capturar sus fragancias y poder impregnar las páginas de esta novela. Se mantienen los cimientos de la trilogía, pero la cámara se acerca aun más a los hechos envolviendo al lector en el dramatismo del guión. También se añade el componente histórico, con el que se consigue que adquiera mayor profundidad que su predecesora. Los giros inesperados y el imprevisible final harán que el lector siga saboreando sus capítulos durante un tiempo, tras haber leído la última página. 
Consummatum est cerrará la trilogía en un periplo que recorrerá varios escenarios de Europa para terminar donde todo empezó. No puedo contar nada más para no desvelar acontecimientos pero sí puedo arriesgarme a decir que el final no dejará a nadie indiferente. 

Hay una serie de características comunes entre todos los libros, más allá de sus personajes. Son libros con banda sonora (de ahí lo de canciones). Unas canciones cuya letra se inserta en la propia narración y cuya lista podemos encontrar al final de cada libro. Los capítulos reciben también el nombre de canciones. En el caso de Consummatum est están tomadas del grupo Love of Lesbian.
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La firma que el autor va dejando en cada crimen, salvo en aquellos que comete como actos defensivos o como necesarios para su huida, son unos poemas. Poemas que no solo se insertan en el texto, sino que podemos encontrarlos al final de cada libro
Claro, que la trilogía nada sería sin unos personajes tan peculiares y de una personalidad tan marcada como los que César ha creado: Desde ese Augusto Ledesma con sus expresiones latinas o al inspector Ramiro Sancho con sus refranes (algunos inventados directamente por el autor). Pero no se quedan atrás Carapocha y sus duelos dialécticos en Memento Mori con Sancho, o el comisario de Reikiavik Ólafur Olafsson intentando aplacar su jauría particular.


Al principio de cada libro podremos saber quién es quién, una idea que el autor nos dice tomo de los libros de Juan Gómez Jurado, pues aparecen los personajes del libro. A diferencia de otras novelas en la que el lío de personajes es importante, son tan claras las características y la personalidad con la que el autor la traza, que en realidad es un adorno.

Todos los libros tienen un tanto de meta literatura. Augusto va “robando” sus nombres de personajes famosos de la literatura. En esta novela los de Rodión Románovich Raskólnikov (protagonista de Crimen y castigo) o en plan nacional el de Javier Fumero, protagonista de La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón.

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