Madrugada del caluroso 9 de agosto de 1969. Cuatro miembros de La Familia Manson, Susan Atkins, alias
‘Sexie Sadie’, Patricia Krenwinkel, Leslie van Houten y Tex Watson, armados de
cuchillos y un rifle, entran en una mansión de Bel Air, lujoso barrio de Beverly
Hills en Los Angeles habitado por lo más granado de la meca del cine. La
residencia pertenece al director cinematográfico Roman Polanski, ausente esa
noche. La ocupan su esposa, la bella actriz calificada como el nuevo‘sex
symbol’ de Hollywood, Sharon Tate, de 26 años, a sólo dos semanas de dar a luz,
Jay Sebring, peluquero, la rica heredera Abigail Folger de 25 años y su amante
en esas fechas, Voityck Frykowski, de 32, amigo y compatriota del director...

Diversos proyectos profundizan en la pandilla de mujeres que
formaron parte de La Familia, el culto sangriento que rompió con el sueño de
comunión hippie de Los Ángeles en el 69. Un libro, una película y una serie
reviven la fascinación por las chicas de Charles Manson.

A diferencia de la historia inspiradora, Russell no es el eje de la
novela, sino un personaje secundario. El tema está en las chicas. Todo el
relato inicial de la vida familiar de Evie y de su amiga Connie no tiene otro
sentido que fijar los sentimientos de la chica antes de dejarse fascinar por
Suzanne e incorporarse al grupo. Quien se convertirá en su madre/hermana/amante/protectora, la conduce
hasta la corte del delirante gurú Rusell Hadrick (Charles Manson) y a un nuevo
modo de vida, a otra de las tantas variaciones posibles de la pesadilla del
Sueño Americano.
Un éxito de crítica y ante las continuas recomendaciones del boca a
boca. Si fuera por
Jennifer Egan, Richard Ford o Lena Dunham (acérrimos fans), usted debería parar
todo lo que está haciendo para leer la novela inspirada (levemente) en la vida
de las jóvenes que poblaron la comuna hippie desde la que operó Charles Manson
antes de que ordenase cometer sus fatídicos crímenes.
Emma Cline no quiere saber nada del proyecto de Hollywood que
trasladará a la gran pantalla su novela. “Sé que han comprado los derechos pero
no estoy nada involucrada y no quiero implicarme. El libro lo acabé y ya no me
pertenece, si alguien quiere hacer algo con él, hará algo nuevo”. “Ahí están
todas esas chicas objeto, a los que solo conoces por fotografías
estereotipadas, mi libro busca personajes más complicados y complejos”. Ahora
defiende la “intimidad” del acto de escribir frente al exhibicionismo
arquetípico del cine.