El
universo pictórico de Fabio Hurtado
se sitúa en los Estados Unidos de América de los años veinte y treinta del
siglo pasado, con escenas y personajes que nos remiten tanto a los lienzos de
Edward Hopper y Tamara de Lempicka, o a los grandes volúmenes de Picasso, como
a las películas El Gran Gatsby y Bonnie&Clyde. Las mujeres llevan sombreros
cloché y pelo corto bob cut, visten con modernidad y elegancia y exhiben
independencia. La presencia de los medios de transporte -coche, tren,
aeroplano, transatlántico- apoya la afirmación del futurista Marinetti de que
un automóvil de carreras puede ser más bello que la Victoria de Samotracia. Los
animales aportan las virtudes y las características que les son propias, así el
perro expresa fidelidad y el pavo real simboliza glamur. Si prestamos atención
cerca de los cuadros oiremos nítidamente jazz, la música que reinaba en el
Cotton Club. Me encantan sus mujeres, lánguidas, pensativas, llenas de
contundencia y a la vez de fragilidad
Fabio
Hurtado pinta una época que difícilmente alguno de nosotros ha conocido, pero
da igual, ya que él sabe captar un espíritu histórico que, a día de hoy, no
sólo es válido, sino incluso necesariamente reivindicable. La década de los
veinte vino después del cataclismo de la Primera Guerra Mundial, y los años
treinta sufrieron la depresión que surgió del crack financiero de 1929. La
reacción al conflicto bélico planetario fue el despertar de unas ansias de
vivir, la comprensión de que la vida es un regalo frágil que no hay que desaprovechar.
A la vez, la sacudida económica iniciada con el hundimiento de la bolsa generó
la adopción del New Deal, un nuevo pacto político que entendió la necesidad de
controlar al gran capital, reducir las diferencias sociales y avanzar hacia un
sistema de protección de los más desvalidos.
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