Édouard Manet - “Le déjeuner sur l'herbe” (1863, óleo sobre lienzo,
208 x 264 cm, Museo d'Orsay, París)
El almuerzo sobre la hierba de Manet es una de las obras cumbre de
la pintura europea y también una de las más polémicas. En 1863, el número de
cuadros rechazados para el Salón de París fue excesivamente alto y para evitar
que le llamasen carca (las obras rechazadas eran siempre las más modernas),
Napoleón III ordenó que se expusieran en unas salas anexas al Salón oficial,
que muy finamente llamaron “Salón de los Rechazados”. La afluencia de público
superó todas las expectativas. La gente hacía cola para ver estas obras tan
raras y echarse unas risas (o indignarse) a costa de ellas. Este lienzo de
Manet fue el cuadro estrella de la exposición.
La distinción entre la obra de Giorgione y la de Tiziano continúa
siendo aún uno de los problemas más complicados. Y entra todas las obras, el
Concierto campestre del Louvre es el cuadro de atribución más dudoso. La
radiografía de la obra muestra que el desnudo femenino de la izquierda fue
cambiado de posición en la última fase pictórica, lo que situaría el cuadro en
los últimos años de la vida de Giorgione.
En esta obra, Manet hace una reinterpretación moderna de un
conocido cuadro renacentista del Louvre: “El concierto campestre” de Tiziano,
una escena pastoral protagonizada por dos músicos vestidos y dos musas
desnudas. Lo que hace Manet es trasladar esta escena mitológica a su propia
época, pintando también a dos hombres vestidos y dos mujeres desnudas (o casi).
El problema es que estas dos señoritas no son dos musas, de esas que se pasean
habitualmente desnudas por el bosque, sino unas chicas normales que se han
quitado la ropa para bañarse en el río. Si Manet no hubiese pintado el vestido
de una de ellas en el suelo, la obra no habría suscitado tanta polémica ya que
podrían haber pasado por figuras mitológicas. Pero al margen de la ropa, lo que
realmente molestaba era al público el descaro con el que la mujer desnuda
miraba al espectador, sin pizca de pudor o arrepentimiento.
El cuadro fue muy criticado también en lo estilístico. El fuerte
contraste de todos claros y oscuros, sin apenas transición entre unos y otros
(muy típico de la pintura de Manet), hacía que las figuras pareciesen planas,
sin volumen. El público tampoco entendió que algunas zonas del cuadro
estuviesen muy trabajadas (el magnífico bodegón de la esquina) y que otras
estuviesen apenas abocetadas (el agua, el paisaje del fondo o las chaquetas de
los hombres).
La mujer desnuda que mira hacia nosotros es Victorine Meurent, la
modelo favorita de Manet en esa época (protagonista también de su famosa
Olympia). Para las figuras masculinas posaron el hermano del pintor, Gustave
Manet (derecha), y su cuñado Ferdinand Leenhoff (izquierda). La disposición de
estas tres figuras la copió directamente de un grabado antiguo de Marcantonio
Raimondi, que estaba inspirado en un tapiz perdido de Rafael: “El juicio de
París”.
La chica del fondo tampoco gustó nada. Comparada con las tres
figuras principales y con la barca que hay en el agua, era demasiado grande (un
error de perspectiva imperdonable). Además, para muchos no pasó desapercibida
la irreverencia religiosa del artista, que colocó un pajarillo volando en la
parte superior del cuadro. En el arte, el único pájaro que vuela de este modo
por encima de las cabezas de la gente es la paloma del Espíritu Santo, que
“casualmente” aparece siempre en las escenas del bautismo de Jesucristo (en las
que las figuras están sumergidas en el agua, exactamente igual que esta chica).
¿Y qué representan estos cuatro personajes? Para saberlo, tenemos
que fijarnos en uno de los elementos clave de la obra, tan pequeño que suele
pasar desapercibido: la rana que está junto al vestido azul de la mujer
desnuda. En el argot francés de ese momento, la palabra “grenouille” (rana)
hacía referencia a a las chicas del demi-monde parisino: mujeres atractivas,
sin ataduras, dispuestas a pasárselo en grande, que cambiaban de amante como de
chaqueta y que se tomaban a pitorreo las habladurías de la gente. Eso es
precisamente lo que son estas dos chicas, un par de grenouilles que se han ido
de picnic al campo con sus amantes de turno.
Gracias a este cuadro tan irreverente, Manet se convirtió de golpe
y porrazo en el héroe de una nueva generación de pintores que acabarían por
romper con las normas del arte tradicional: los impresionistas.
Picasso realizó veintisiete
pinturas al óleo, ciento cuarenta dibujos, tres linograbados y una decena de
maquetas en cartón para esculturas, en un periodo de 3 años.
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