En el cine negro de
los años cuarenta, donde los diálogos, los sentimientos y las balas iban al
grano, no encajaba cualquier actriz. Lauren Bacall, fallecida el día 13 en
Nueva York a los 89 años, tenía 19 cuando demostró que ella no era cualquiera. Fue
precisamente gracias a una portada de Harper’s Bazaar
que la mujer de Howard Hawks reparó en ella.
Convertida en la insolente de voz grave, ha llegado a nuestros días. Y así Hawks empezó a esbozar el papel que la lanzaría al eterno estrellato: la chica de Bogart en Tener y no tener, la novela de Hemingway en cuyos diálogos trabajaba Faulkner. Bacall supo aprovechar sus hoy célebres líneas (“¿Sabes que no tienes que actuar conmigo Steve?… No tienes que decir nada y no tienes que hacer nada. Nada de nada… O simplemente silbar… ¿Sabes cómo silbar, verdad Steve?… Simplemente junta tus labios y… sopla”) y fijar con ellas el mito. Cuentan que cuando Marlene Dietrich vio Tener y no tener se indignó tanto que llamó al director. “¿Sabes? Esa soy yo hace 20 años”, le espetó. “Lo sé”, respondió Hawks, “y también sé que dentro de 20 años llegará otra”.
Lo que siguió a esa película es historia. El flechazo con Bogart. Para bien y para mal, la sombra del actor es alargada en la vida de Bacall. En 2011, en una entrevista a Vanity Fair, la actriz bromeaba sobre el asunto: “Me temo que mi obituario va a estar repleto de Bogart”. No se equivocaba, aunque nunca fue un mero apéndice y supo defender su lugar en la historia. Juntos dejaron, además de sus filmes, una de las más conocidas imágenes de protesta de actores contra la caza de brujas del Comité de Actividades Antinorteamericanas del senador Joseph McCarthy.
Hollywood nunca le perdonó que sus mayores éxitos los consiguiera tan joven y junto a un Bogart 25 años mayor: Tener o no tener, El sueño eterno o Cayo largo. Ni su carrera ni su vida se acabaron con Bogart, aunque se tuvo que marchar de Hollywood para encontrar en el teatro el reconocimiento a su talento que el cine le había negado. Lauren Bacall, que en el fondo siempre fue demasiado neoyorquina para Hollywood, volvió a su ciudad natal para convertirse en toda una dama de Broadway, donde ganó dos premios Tony por 'Applause' y 'The Woman of the Year', y ocupar un amplio apartamento en el mítico edificio Dakota, el mismo donde murió John Lennon o donde Roman Polanski rodó 'Rosemary's Baby'. Fue allí donde falleció.
Sus regresos al cine fueron como invitada especial
Con su muerte se extingue casi al completo una era dorada del cine. Consuela recordar la primera vez que la actriz apareció en la pantalla, sola, a la sombra. Lacónica, abría la boca para pedir una cerilla. Estaba tan asustada, le temblaban tanto las manos y las piernas, que clavó el mentón en su pecho para controlar la ansiedad. Y así, presa del pánico, nació esa mirada felina, desafiante, de abajo arriba, que desde aquella negra pantalla incendió para siempre el corazón de un hombre y el del resto del mundo.
El regreso con un obitorio de unas de las últimas star system del Hollywood dorado.
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