Un artista, más de cinco
siglos y una de las improntas de mayor duración en la historia de la mirada
occidental. Se trata de Sandro
Botticelli, pintor del primer Renacimiento y uno de los nombres más
conocidos de la escuela Florentina, alguien cuyo ideal de la belleza ha
conseguido permanecer vivo hasta el día de hoy, cuando se cumplen 570 años de
su nacimiento y 505 de su muerte.
Se trata de un maestro que, de haber nacido en este siglo, ya no
trabajaría para los Médicis, sino para Gucci o Vogue
Su obra más icónica, El nacimiento de Venus, es una de las
estampas más reproducidas y citadas en la producción visual inscrita en los
últimos siglos. Está en todas partes. En esa concha marina, inspirándose en esa
alegoría, han aparecido desde la de Ursula Andress en la primera película de la
saga del agente 007, Dr No (1962), pasando por Uma Thurman en Las aventuras del
Baron Munchausen (1988) y hasta la mismísima Lady Gaga para Dolce &
Gabanna.
El museo londinense Victoria y Alberto (V&A), uno de
los más reconocidos en el área de las artes aplicadas, exhibe desde el pasado
fin de semana Botticelli Reimagined,
la mayor exposición dedicada al pintor en Gran Bretaña desde 1930. Se exhiben
más de 50 obras originales de Boticelli junto a las piezas de artistas como Dante
Gabriel Rossetti, Edward Burne - Jones, William Morris, René Magritte, Elsa
Schiaparelli, Andy Warhol o Cindy Sherman. Es la cita obligada de primavera y
estará abierta al público hasta el 3 de julio.
Largamente ignorado durante
siglos, el maestro florentino fue recuperado en el siglo XIX, cuando su
estética comenzó a obrar su lento efecto en la confección de una determinada
concepción en la representación de la belleza, la misma que hoy encuentra eco
en la iconografía publicitaria. Acaso en una operación extractiva –la obra se
vacía de contenido a la vez que adquiere otro; del neoplatonismo a la
mercancía-, las obras de Botticelli experimentan la sintomatología de la
pérdida del aura de la que Walter Benjamin hablaba ya en 1936. Y esa es en
buena medida, la aportación principal de una exposición que pasa al maestro
renacentista por el filtro de la cultura de masas.
En The Guardian, el columnista Jonathan Jones
lo llamó definitivamente “un artista moderno”, y el crítico Walter Pater, en
gran parte responsable del redescubrimiento del artista, se refirió en un
ensayo de 1870 a las mujeres de Botticelli como “ángeles, pero desplazadas,
perdidas”, lo que correspondía perfectamente al sentimiento cultural de la época.
La posición de sus personajes, a medio camino entre el cielo y la tierra, la
fantasía y la realidad, ha hecho que sus obras sean un lienzo perfecto para que
otros pongan ahí sus propias obsesiones. En Londres, la llegada de la muestra
ha creado gran expectación.
Dividida en tres áreas
nominadas según los adjetivos que los organizadores aplican al pintor
—"global, moderno, contemporáneo"—, la primera sección, Global, está
dominada por la repercusión de la obra emblemática del pintor, La nascita di
Venere (El nacimiento de Venus, 1486), pintado al temple por Botticelli con la
bella Simonetta Vespucci, por muchos considerada la primera musa del arte
occidental. La obra original no ha viajado a Londres, ya que sacarla de la
galería de los Uffizi supondría un riesgo para la conservación de la obra.
Alrededor de esa ausencia, se entretejen todas las versiones que del lienzo se
han hecho.
Desde la versión que hizo
Andy Warhol en 1984, pasando por La alegoría de la Primavera pintada en 1957
por el surrealista René Magritte, experimentos digitales del videoartista Bill
Viola así como las fotografías de la Cindy Sherman, el kitch de David
LaChapelle hasta llegar a la versión que hicieron Dolce & Gabbana al
plasmar la obra en algunos de sus vestidos, que fue utilizado además por Lady
Gaga en la campaña publicitaria dedicada a la colección de esa temporada.
(RECORDAR ESTE TATUAJE EN EL PEHO DE LA NUEVA GARGONA...)
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