El caso Bourne (2002), la primera entrega de la serie inspirada en las novelas de Robert Ludlum, es un personaje tan impenetrable emocionalmente como
Jason Bourne, el espía que se
descubrió sin identidad. En El mito de Bourne (2004), la segunda,
el hermético agente rompió la nebulosa de la amnesia y tomó conciencia de lo
que era: una máquina entrenada para matar y a la que alguien tenía mucho
interés en aniquilar. Y en la tercera, El
ultimátum de Bourne, estrenada en 2007 y hasta ahora la última
interpretación de Damon del personaje, desvela el misterio: Bourne formó parte
de un programa de la CIA que lo convirtió en un asesino legal y borró su
anterior identidad. El héroe recupera la plena propiedad de su yo tras un buen
reguero de cadáveres, explosiones y persecuciones por Cádiz incluido. Puro cine
de acción. Y algo más. El encargado de dirigir las dos últimas entregas ha sido
Paul Greengrass, maestro de la
narración en tiempo real, y que vuelve a
dirigir esta última entrega que se estrena el próximo día 29 de julio: Jason
Bourne.
Jason Bourne está empezando a recuperar su memoria, pero eso no significa que ahora el más letal agente de los cuerpos de élite de la CIA lo sepa todo. Han pasado ya doce años desde la última vez que Bourne tuviera que operar desde las sombras. Pero, ¿qué ha ocurrido desde entonces? Todavía le quedan muchos interrogantes por responder. En medio de un mundo convulso, azotado por la crisis económica, el colapso financiero y la guerra cibernética, diversas organizaciones secretas luchan por hacerse con el poder.
En ese contexto de inestabilidad sin precedentes Jason Bourne vuelve a surgir de forma inesperada. Desde un lugar oscuro y torturado, este peculiar agente reanudará la búsqueda de respuestas sobre su pasado.
Si Bond era el héroe que
usaba sin escrúpulos su licencia para matar, que se ligaba a las chicas que se
le ponían a tiro, vestía esmoquin y conducía un Aston Martin por Montecarlo,
Bourne es un solitario desprovisto de glamour, que arrastra en su conciencia
cada muerte y que pierde el amor de su vida, Marie Kreutz (Franka Potente). En
el momento en el que la asesinan "se da cuenta de que él ha estado
haciendo daño a otros". Bourne supuso un verdadero soplo de aire fresco en
cuanto a las películas de espionaje se refiere, recurriendo a una inusual y un
tanto arriesgada fórmula que consistía en poner a una megaestrella de Hollywood como Matt Damon, con poca
pinta de agente secreto implacable a las órdenes de un director novato en este tipo de pelis y con
un estilo muy europeo acorde con el carácter general de la historia, basada a
su vez en una novela de Robert Ludlum. El resultado fue espectacular, Matt Damon clavó el personaje y se amoldó perfectamente,
la dirección de Liman fue maravillosamente fresca e inusual para este tipo de
películas y la historia resultó ser interesante, inteligente y con carácter
realista a pesar de todo.
En El Mito de Bourne y “El ultimátum
de Bourne” la fórmula se repite con otro director de corte europeo como es Paul
Greengrass que muestra una dirección parecida a la de Liman pero mucho más
vigorosa, con mucha cámara en mano, con planos de aspecto poco cuidado (con muy
poca luz donde sólo se ven siluetas, sobre todo al principio de la peli), con
la cámara siempre un paso por detrás de Bourne, es decir, Bourne siempre nos
muestra el camino, nunca sabemos de antemano lo que va a hacer o por donde va a
pasar.
Greengrass y el guionista, Tony Gilroy, declararon que, con El ultimátum... terminan las andanzas del atribulado espía. Y el actor lo corrobora: "Dudo que haya otra entrega, aunque nunca se puede decir nunca jamás. Si Paul Greengrass quisiera dirigir otra película, entonces sí me vería haciéndolo. Pero no simplemente porque me pusieran en la mesa un montón de dinero. La historia ya se ha acabado en este punto. Bourne sabe quién es y sabe lo que ha hecho. Pero si surge un buen guión y Paul le entusiasma, lo haría". Aquí al igual que 007 “Nunca diga nunca jamas” el resultado es la cuarta entrega de Damon como Jason Bourne.
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