La primera edición
de Cien
años de soledad fue publicada en Buenos Aires en mayo de 1967 por la
editorial Sudamericana con una edición total inicial de 8.000 ejemplares e
incluso la editorial había doblado el tiraje luego de las pruebas de imprenta.
Hasta hoy se han vendido más de 30 millones de ejemplares y ha sido traducida a
más de 35 idiomas. Varios de los primeros lectores de los manuscritos –como
Mario Vargas Llosa y Álvaro Mutis– ya comentaban en voz baja que era una de las
mejores novelas en lengua castellana en muchos años, Gabo, incrédulo, no
esperaba nada extraordinario. Tenía 40 años, cuatro libros publicados y ninguno
era un éxito. El libro finalmente se terminó de imprimir el 30 de mayo con el
título de Cien años de soledad y a la semana siguiente (el 6 de junio) ya se conseguía en las librerías de Buenos Aires. La novela que comienza así:
Muchos años después, frente
al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano
Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo. Macondo era
entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de
un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas,
blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que
muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con
el dedo...
No fueron cien, pero si
varios años: En una entrevista Gabriel García Márquez aseguró que tardó 15
años en crear esta historia. Diversas características sobre Macondo y los
personajes los imaginó mientras escribía otros textos.
La dura pérdida de
Aureliano Buendía. Este militar poco
exitoso y protagonista de la novela, fue a decir del autor, el personaje con el
que más se identificó, a tal grado que escribir su muerte le causó una gran
depresión.
Lo que vino después
fue una avalancha inesperada que removió los cimientos de la literatura
universal y que aún no se detiene: la historia de las siete generaciones de la
familia Buendía y de Macondo, un pueblito imaginario en el Caribe colombiano,
se convirtió en un fenómeno mundial
Si se juntan todos
los lectores de Cien años de Soledad en un solo lugar, equivaldría a la
población de los 20 países con más habitantes del mundo.
Algunos afirman que
es la segunda obra más importante de la lengua castellana después de Don
Quijote de la Mancha. Tal vez no se equivocan, pues no solo fue el culmen del
llamado boom de la literatura latinoamericana
–como se conoce al movimiento de escritores que, entre los años sesenta y
setenta, revolucionó las letras en español–, sino que hizo popular un estilo
conocido como el realismo mágico,
lleno de escenas extraordinarias y mágicas (hombres que vuelven de la muerte,
hilos de sangre que recorren las calles de un pueblo o hermanos que quedan
marcados con cruces de ceniza en la frente), al tiempo que se narran temas de
fondo como el día a día de una sociedad rural y la violencia.
Problemas con el envio: Cuando quiso mandar el
manuscrito desde México a la editorial argentina, solo pudo mandar la mitad por
falta de recursos en efectivo. Por equivocación (o no) mandó la parte final,
pero, afortunadamente, la editorial cubrió los gastos del envío.
Sin rastro: Una vez que el libro fue
publicado, Gabo, destruyó todos los apuntes y borradores de la novela “para que
nadie pudiera descubrir los trucos de mi carpintería secreta”.
En un breve texto,
‘El día que empezó todo’, Tomás Eloy
cuenta: “Mercedes y él se adelantaron
hacia la platea, desconcertados por tantas pieles tempranas y plumas
resplandecientes. La sala estaba en penumbra, pero a ellos, no sé por qué, un
reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido,
gritó: ‘¡Bravo!’ y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: ‘¡Por su
novela!’, dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso instante vi que
la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrante aleteo de sábanas, como
Remedios la Bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos vientos de
luz que son inmunes a los estragos de los años”.
Se cumplía así la
premonición de Melquíades cuando finalizó la escritura de sus manuscritos
–redactados en sánscrito, “que era su lengua materna”–, pues al concluir esa
labor, el gitano exclamó: “He alcanzado la inmortalidad”.
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