El jueves día 17 proyectamos “Desayuno con Diamantes” una película
tras la cual surge un mito, representado por la clásica imagen de la joyería de
Upper East Side, las gafas de sol, la mítica BSO de Henry Mancini on su Moon River...o el vestido negro de Givenchy. No es por casualidad que
este blog se llame como se llama “El Cruasán de Audrey”.
Truman Capote, no quería la languidez de Audrey Hepburn para la
adaptación cinematográfica de su libro. Su Holly Golightly era exuberante y
tremendamente sexual. El papel parecía destinado a las curvas infinitas de
Marilyn Monroe. En su lugar llegó una chica flacucha, de elegancia infinita,
llamada Audrey. Y así fue como Holly dejó atrás esa carga sexual inherente para
convertirse en la película en una chica de compañía soñadora, enamoradiza.
“Tú te consideras un espíritu libre, un ser salvaje y te asusta la
idea de que alguien pueda meterte en una jaula.” Su gato no tenía nombre porque
no se sentía dueña de nada. En su salón había una nevera por sofá. Su
apartamento era un acopio de maletas y cajas sin deshacer. Montaba fiestas en
su piso por las que en tu caso ya se hubiese personado la policía municipal por
aviso de tus vecinos. Era la chica “mala” pero cándida del Upper East Side. Era
patológicamente inadecuada. Esta Holly Golightly parece un arquetipo moderno una
cazalikes en Instagram.
Desayuno con Diamantes ha sido capaz de crear un universo simbólico
en pleno SXXI La película crece con el
paso del tiempo.
Otro de los motivos por los que Holly ocupa salones del mundo es la
propia Audrey. Es un mito aséptico por su forma de entender y vivir la vida.
“Sé perfectamente lo que el UNICEF puede significar para los niños, porque yo
estuve entre los que recibieron alimentos y ayuda médica de emergencia al final
de la Segunda Guerra Mundial”, afirmaba la actriz en su nombramiento como
Embajadora de Buena Voluntad, en 1989. Audrey fue solidaria, pasional,
imprudente, independiente, espontánea. Un mito natural en un mundo de cánones
prefabricados.
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