Este
domingo 25 de Enero se ha conmemora el 25 aniversario de la muerte de la actriz
Ava Gardner, icono de los años dorados de Hollywood y musa por su belleza. La
actriz de ojos verdes, melena castaña y pómulos prominentes es recordada por
películas como Forajidos, La hora final, La noche de la iguana, Mogambo o 55
días en Pekín y por su intensa vida personal. Falleció en Londres el 25 de
enero de 1990 por una neumonía a los 67 años, pero fue otra la ciudad que marcó
su vida: Madrid.
Ava tenía 18 años y los estudios cinematográficos no dudaron en apostar por pulir a aquel diamante en bruto. Seguros de que aquella campesina recién llegada de la ‘América profunda’ − un pueblecito de Carolina del Norte− tenía madera de estrella, decidieron pulir su belleza de cabello oscuro, impoluta piel de melaza e intensos ojos verdes. La fierecilla de indómito carácter, toscos modales y abominable dicción lograría con el tiempo demostrar su talento.
Ava Lavinia Gardner nunca lo tuvo fácil. Aunque se consideraba una actriz por encima de cualquier otra etiqueta, los críticos fueron implacables con ella. Tampoco ayudó mucho su mentor, el magnate Louis B. Mayer, quien la bautizaría con el sobrenombre tan comercial como despectivo y machista que la acompañaría de por vida: ‘El animal más bello del mundo’.
Pese a todo, Ava fue una gran actriz que logró superar sus inseguridades. Endiosada por el público tras su brillante interpretación en el thriller negro Forajidos junto a Burt Lancaster, que le valdría una nominación al Oscar de la Academia en 1946, no pudo evitar sin embargo que sus peripecias sentimentales solapasen a sus méritos profesionales.
Se casó en tres ocasiones, la primera con la estrella precoz Mickey Rooney. El actor tenía 21 años y ella 19, por lo que no debe extrañar que el matrimonio durase solo 16 meses. Luego vino el director de orquesta y clarinetista Artie Shaw, con quien la unión se redujo a un año y, por último, Frank Sinatra, su relación más feliz y duradera, como ella admitiría más tarde. Fueron marido y mujer con mayor o menor éxito durante tres años. Su turbulenta vida sentimental adquirió tintes mitológicos.
Con 28 años y tras haber alcanzado la fama mundial con sus primeras apariciones en la gran pantalla, Ava Gardner pisaba la capital española por primera vez. Corría el año 1950 cuando la incipiente estrella se bajaba de un avión en Barajas y ponía rumbo a Tossa de Mar, en Girona, para rodar Pandora y el holandés errante junto al torero Mario Cabré. Esa primera estancia fue la primera de muchas; la artista quedó prendada de España, su gente, los toros, el flamenco y la fiesta. "Amo a España porque tiene los mismos defectos que yo", llegó a decir en una ocasión. En mayo de ese año, el NO-DO recogía la visita de la actriz a Sevilla, donde asistió a los toros con mantilla negra y peineta y donde vestida de faralaes, intentaba aprender algún paso de sevillanas y a tocar las castañuelas.
El acercamiento a Estados Unidos era la prioridad de la política exterior del régimen franquista en esos momentos, por lo que la apertura del Hilton fue un momento especialmente simbólico. Se trataba del primer hotel extranjero que abría en España tras la Guerra Civil y el primer Hilton de Europa, en él hizo Ava Gardner su segunda casa: Es la huésped más ilustre, más llamativa y con más clase.
"Aquí vivió ella... y no vivieron los demás huéspedes", bromea el gerente del Hilton. Es de sobra conocida la afición de la actriz por la noche madrileña. En numerosas ocasiones, tras cerrar los locales que ella frecuentaba (Chicote, Oliver, el restaurante Riscal, el tablao Villa Rosa, El Corral de la Morería, Zambra, Torres Bermejas o El Duende) la fiesta se trasladaba a su habitación, con el consiguiente ruido para el resto de clientes que se alojaban tanto en su planta como en la superior y la inferior.
Se dice que cuando vino a España la llevaron a Las Ventas, a un tablao flamenco y al Museo del Prado. No volvió a pisar un museo, pero repitió muy a menudo con el resto. Entre sus amistades españolas se encontraban Sara Montiel, Analía Gadé, Adolfo Marsillach o Lola Flores y también tenía una estrecha relación con el escritor Ernest Hemingway. En esta época era muy raro el madrileño que se preciase que no dijera que se había acostado con la estrella. A parte de sonados desencuentros con Franky.
Una de las cosas que más le gustaba de vivir en España es que podía hacerlo sin interferencias, ya que no sentía el acoso de la prensa del corazón. La fiesta implicaba mucho alcohol y de ella se cuenta que llegó a descalzarse en plena Puerta del Sol para parar un camión de la basura y pedirle al conductor que la llevara al hotel o que alguna noche se dedicó a torear coches en la Castellana.
La noche que no acaba, una película documental dirigida por Isaki Lacuesta, basada en el libro Beberse la vida de Marcos Ordóñez, que cuenta la huella que dejó la actriz en Madrid.
"No
dormir en toda la noche de puro gozo es algo que se otorga a pocos pero, al
fin, a mí".
Los versos que Robert Graves escribió pensando en Ava Gadner simbolizan
perfectamente los años que vivió en España esta famosa actriz, una especie de
alocada noche en la que no faltaron juergas, romances, flamenco, toros pero
también algo de amargura y sinsabores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario