domingo, 20 de diciembre de 2015

ANSELM KIEFER Y EL NEOEXPRESIONISMO.

 La oscura luz de Anselm Kiefer ilumina París "Cuanto más te empapas de pasado, más avanzas en el futuro", afirma el artista alemán representante del neoexpresionismo , en una entrevista distribuida por el Centro Pompidou de París, sede de una gran exposición monográfica sobre la obra, desde 1960, de uno de los artistas más inflamados y, como se ha dicho en repetidas ocasiones, "incómodos" —y el término debe entenderse en toda su épica grandeza— del panorama contemporáneo. Hasta el 18 de abril de 2016, más de 150 obras de Kiefer son como chispas de otro mundo que arrojan una luz, redentora y dolorosa al mismo tiempo, sobre la capital francesa.






  Kiefer ha llenado sus cuadros de tierra, cenizas, lentejas, fibras de yute y su discurso plástico de preguntas. 'Una investigación sobre mí mismo, sobre lo que soy' "No creo en el arte por el arte". No era necesario que lo repitiese para quienes llevamos décadas estremecidos por la fuerza latente de las cicatrices que Kiefer pinta con manos de enterrador y delicadeza de filósofo, pero lo ha repetido en la entrevista con el coordinador de la exposición del Pompidou, Jean-Michel Bouhour. "No pinto para pintar un cuadro. Para mí pintar es pensar, investigar (...) y no precisamente investigar sobre la pintura (...) Una de mis motivaciones para pintar es la historia de Alemania. Es una investigación sobre mí mismo, sobre lo que soy, sobre dónde nací...".

 Ni una sola duda, si es que quedaba alguna tras la serie Heroische Sinnbilder (Alegorías heroicas), en la que Kiefer rescataba el saludo nazi en escenarios de toda Europa, recordando las simpatías y colaboración de países que después intentaron borrar con premura todo rastro de admiración pasada por el Tercer Reich, de la postura de este artista que ya desde los años sesenta puso en el mundo del arte la espinosa cuestión de la historia de Alemania, el despertar de la memoria, la dialéctica entre destrucción y creación...

 Interesado en la cábala judía, la alquimia medieval, las mitologías nórdicas de las que, asegura, puede sacarse la conclusión de que "vivimos el fin de los tiempos", en la poesía del austriaco Adalbert Stifter, para quien las piedras tienen sentimientos y son los humanos quienes carecen de ellos y convencido de que la realidad científica es "siempre una aproximación a la realidad", el pintor de los rasguños y las mordeduras —eso parecen algunos de sus cuadros—, busca la "realidad definitiva e indiscutible" a través del transporte artístico. Aún no ha renunciado al afán de trascender la torpeza humana. Objetos en espera de redención, emitiendo una luz misteriosa.



 La exp.osición antológica  del Pompidou reúne todas sus grandes obras de pinturas y escuturas, sus  grandes éxitos, con todas las obras pivotales —Resurrexit (1973), Quaternität (1973), Varus (1976), Margarethe (1981), Sulamith (1983), Für Paul Celan: Aschenblume (2006)— y también un acercamiento a las nuevas vías por las que transita ahora el inquieto alemán

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