La oscura luz de Anselm
Kiefer ilumina París "Cuanto más te empapas de pasado, más avanzas en
el futuro", afirma el artista alemán representante del neoexpresionismo , en
una entrevista distribuida por el Centro
Pompidou de París, sede de una gran exposición monográfica sobre la obra,
desde 1960, de uno de los artistas más inflamados y, como se ha dicho en
repetidas ocasiones, "incómodos" —y el término debe entenderse en
toda su épica grandeza— del panorama contemporáneo. Hasta el 18 de abril de 2016, más de 150 obras
de Kiefer son como chispas de otro mundo que arrojan una luz, redentora y
dolorosa al mismo tiempo, sobre la capital francesa.
Kiefer ha llenado sus cuadros de tierra, cenizas, lentejas, fibras de yute y su discurso plástico de preguntas. 'Una investigación sobre mí mismo, sobre lo que soy' "No creo en el arte por el arte". No era necesario que lo repitiese para quienes llevamos décadas estremecidos por la fuerza latente de las cicatrices que Kiefer pinta con manos de enterrador y delicadeza de filósofo, pero lo ha repetido en la entrevista con el coordinador de la exposición del Pompidou, Jean-Michel Bouhour. "No pinto para pintar un cuadro. Para mí pintar es pensar, investigar (...) y no precisamente investigar sobre la pintura (...) Una de mis motivaciones para pintar es la historia de Alemania. Es una investigación sobre mí mismo, sobre lo que soy, sobre dónde nací...".
Ni una sola duda, si es que quedaba alguna
tras la serie Heroische Sinnbilder (Alegorías heroicas), en la que Kiefer
rescataba el saludo nazi en escenarios de toda Europa, recordando las simpatías
y colaboración de países que después intentaron borrar con premura todo rastro
de admiración pasada por el Tercer Reich, de la postura de este artista que ya
desde los años sesenta puso en el mundo del arte la espinosa cuestión de la
historia de Alemania, el despertar de la memoria, la dialéctica entre
destrucción y creación...
Interesado en la cábala judía, la alquimia
medieval, las mitologías nórdicas de las que, asegura, puede sacarse la
conclusión de que "vivimos el fin de los tiempos", en la poesía del
austriaco Adalbert Stifter, para quien las piedras tienen sentimientos y son
los humanos quienes carecen de ellos y convencido de que la realidad científica
es "siempre una aproximación a la realidad", el pintor de los rasguños y las mordeduras —eso parecen
algunos de sus cuadros—, busca la "realidad definitiva e
indiscutible" a través del transporte artístico. Aún no ha renunciado al
afán de trascender la torpeza humana. Objetos en espera de redención, emitiendo
una luz misteriosa.
La exp.osición antológica del Pompidou reúne todas sus grandes obras de
pinturas y escuturas, sus grandes
éxitos, con todas las obras pivotales —Resurrexit (1973), Quaternität (1973),
Varus (1976), Margarethe (1981), Sulamith (1983), Für Paul Celan: Aschenblume
(2006)— y también un acercamiento a las nuevas vías por las que transita ahora
el inquieto alemán
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