Enero 2016, reanudamos la sección con unas recomendaciones para iniciar el año.
PARA LEER:
Noches sin dormir, de Elvira Lindo. Seix Barral.
Es enero, y en esta ocasión Elvira Lindo no va a hacer las maletas para irse a Nueva York y pasar allí como lo ha hecho durante once años, seis meses en la ciudad, ¿en qué ciudad? Difícil encontrar palabras que definan a la ciudad americana sin caer en los tópicos: de los rascacielos, la gran manzana, la de los taxis amarillos, el escenario de tantas películas. Abajo utilizo otro" la ciudad que nunca duerme".
Elvira
Lindo no podía dormir durante el invierno de 2015. Su marido ha estado más de una década dando clases en la Universidad, sin embargo, como cuenta al principio la autora, una de las razones que les ha hecho plantearse el marcharse, es la falta de amistad, de calor, que el escrito de Ubeda ha encontrado entre los colegas de la institución docente. La escritora, sin embargo cuenta que ella en sus múltiples andanzas por la ciudad no ha visto aspereza, nada más hay que ver a su peluquero, del Salón West, encantado de ser fotografiado luciendo una bufanda y las confidencias que esos ratos de peluquería permiten sin fisgar demasiado en la vida privada.
Noches
sin dormir es un diario, por tanto incluye el texto del fin del día, encuentros, paseos,
desafíos invernales, retazos de conversaciones con dependientes, amigos,
conocidos, y con su marido. Pero no todo es Nueva York, también el relato del
día a día, se amplía con reflexiones que intuimos a oscuras, a ratos
desesperadas por la falta de sueño.
Su
padre falleció el verano de 2014 y su memoria está muy presente. También su
hijo, o los hijos de Muñoz Molina. Al comienzo del libro nos cuenta una charla
con una profesora que está estudiando el tema del “nido vacío”. Aquí el nido lo
abandonó ella y eso se nota.
El
texto se ilustra con una serie de fotografías tomadas por la misma autora, casi
todas paisajes invernales, donde la
nieve lo llena todo. También recorren las páginas del libro los que también recorrren las calles de Nueva York. A la autora le interesa fotografiar: ancianos entre vagabundos y locos, que
hemos visto en muchas películas, mujeres sin pretensiones, pero enormemente elegantes, neoyorquinos sin más.
Cuando
yo estuve en Nueva York tampoco pude dormir, nueve noches sin pegar ojo, pero
es que la emoción de ver el edificio Crysler desde la ventana del hotel, no me
dejaba estar en la confortable cama y saltaba de ella y simplemente miraba por la ventana, observaba la calle y esperaba la hora del capuchino.
Elvira Lindo habla de esos turistas españoles, como yo misma fui, que aparecen con su libro por su barrio,
buscando aquel local que ella recomendaba en Lugares que no quiero compartir
con nadie. Los turistas se abrazan a los autores que los encuentran paseando en
los alrededores de su casa. Ellos les
han llevado hasta aquellos lugares que si compartió con muchos que buscábamos
ir a algún sitio fuera de las guías habituales. Aunque lo cierto es que cuando viajé a Nueva York no sólo
llevaba los consejos de Elvira, también los de Enri González en su fantástico Historias de Nueva York y los de nuestra
amiga viajera Manola, ella seguro que compartiría con Elvira algún lugar en la
ciudad que no duerme, como nuestra escritora.
PARA BEBER:
UN MARTINI EN EL CLUB 21
Muñoz
Molina se prepara en la foto ilustrativa para beber un Martini, “máxima
concentración” dice la leyenda. Nos cuenta la autora que este Club, un clásico
de Nueva York, había salido en unas recomendaciones del New Yorker, como
lugares donde Don Drapper podría acodarse en la barra obsevando los juguetes
que cuelgan del techo y tomarse un cóctel. Y es que hay muchas referencias a la serie Mad Men en el último libro de Elvira Lindo: locales idóneos, exposiciones del vesturario que lucen los actores o simplemente comentarios sobre los
personajes de la serie.
Inaugurado
en 1930, 21 Club es uno de los
locales más añejos de Nueva York. El clasicismo lo invade todo en este
restaurante del Midtown: la carta, el personal y hasta el mantenimiento de la
etiqueta (la chaqueta es necesaria para los hombres, y no están permitidos
vaqueros ni zapatillas). La decoración de su Bar
Room es un tanto excéntrica,
con recuerdos y juguetes colgando de los techos.
Es un lugar
tradicional para comidas de negocios. Ya en 1980, la revista ‘Forbes’
aseguraba que aquí se cerraban más negocios que en el parqué de Wall Street.
Tanto para discutir una operación empresarial, como para experimentar un
reducto del Nueva York más rancio, su menú
de mediodía es una opción estupenda.
Incluye un entrante, un plato principal y un postre por 37 dólares.
Marilyn en Club 21 |
PARA
COMER:
Unos huevos Benedictine
Si hay un
brunch perfecto en todos los sentidos ese es un plato de huevos Benedictine. Lo
tienen todo: sabrosos, nutritivos y fáciles de preparar, aunque tenga sus
trucos y se necesite algo de maña con los huevos.
Generalmente
los huevos pueden ir acompañados de una loncha gruesa de bacon o bien de
salmón, dependiendo gustos y debilidades. Si se escoge bacon lo ideal es
hacerlo con el llamado “British Bacon” o “Back Bacon”, la parte más magra
cortada de una forma más gruesa. Algunas recetas también acompañan a los huevos
con espinacas, pero lo que nunca debe faltar en un plato de huevos Benedictine
son las “english muffins” donde reposan los huevos (unos panecillos blancos y
esponjosos) y una buena cubierta con salsa holandesa.
Por cierto,
siguiendo el consejo de nuestra amiga Manola, los mejores de Nueva York, en
Sarabeth, un local muy cerca del Hotel Plaza
Por Almudena
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