jueves, 11 de diciembre de 2014

ROBERT DOISNEAU. EL LATIDO DE PÁRIS

El Centro Cultural La Térmica expone en Málaga una exposición del fotógrafo francés.

 Existe esa cosa misteriosa que se cuela por azar y a la que yo llamo el encanto. Esa especie de aroma surge mucho tiempo después. Hay imágenes que envejecen bien y que envejecerán cada vez mejor. Ésas son las buenas fotos”. Así explicaba el fotógrafo francés Robert Doisneau (Gentilly, 1912-París, 1994) lo que para él era una buena fotografía.

 Robert Doisneau es uno de los representantes más importantes de la fotografía humanista, y durante muchos años se le ha considerado como el trovador del París pintoresco, con una mirada cautivadora y un sentido único por las anécdotas visuales inesperadas. Fue el retratista irónico y tierno de la Francia de la postguerra.


 Hasta el próximo mes de enero, el centro cultural de La Térmica en Málaga exhibe una selección de medio centenar de fotografías de Doisneau, imágenes en blanco y negro que proporcionan una relectura crítica y actualizada de la obra del fotógrafo francés. “Muestran cómo la belleza, aparentemente espontánea de sus imágenes era, de hecho, el resultado de una ardua preparación y de mucho trabajo”, explica la comisaria de la exposición, Ann Morine.

Conocido como “el poeta de los momentos puros”, dio el salto desde la fotografía artesana a la obra de arte con gran naturalidad, capturando en película fragmentos de un mundo del que quería dar testimonio.

 Instantes que el joven Doisneau capturaba mientras deambulaba pertrechado con su inseparable compañera, su cámara Rolleiflex, por las calles de París y por las callejas del barrio donde había nacido.  Doisneau tenía una mirada cautivadora y un sentido único por las anécdotas visuales inesperadas.
 El éxito llegó pronto, sus fotos se hicieron famosas en todo el mundo y se convirtió en el retratista de una ciudad, París, y de un mundo en parte real y en parte inventado, en el que a todos les hubiera gustado vivir.

 Icónica es su foto Los amantes del hotel de Ville (1950) en la que una joven pareja se besa apasionadamente en una calle de París,y sin embargo es un fake. Robert Doisneau abordó en la calle a los protagonistas (dos estudiantes de arte dramático) y les pagó para que posaran para él. La historia se descubrió 43 años después. Pero Doisneau no era un manipulador. Él, como su amigo Cartier-Bresson, paseaba incansablemente por la calles de su Páris, esperando que la foto perfecta, la de “el encanto” se le pusiera por delante.
La Mirada Oblicua.
 Los herederos han seleccionado esta retrospetiva entre las más representativas del artista, como también lo es Los panes de Picasso (1952), en la que un Picasso con su típica camiseta de estilo marinero simula tener por manos dos grandes panes. Estas dos imágenes se exhiben junto a otras que recogen momentos cotidianos del París del siglo pasado, como Los hermanos (1934), Escolar castigado (1956) o Los mandiles de Rívoli (1978), en la que capta a un grupo de preescolares enganchados a sus baberos cruzando esta calle parisina, donde demuestra su ternura para el retrato infantil. O la serie sobre La Mirada Oblicua donde demuestra su gran humor visual.

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