La Primera Guerra Mundial fue una escabechina entre
imperios decadentes, que se prolongó durante cuatro años y segó la vida de diez
millones de jóvenes. Pero lo más atroz del drama se dirimió en los frentes
estancados de Francia y Bélgica. En noviembre de 1914 se empezó a intuir entre
las tropas que la contienda iba para largo. Los soldados de St Yves formaban parte
de un frente que se prolongaba 680 km. Eran los comienzos de la guerra de
desgastes con las formaciones de las trincheras. Desde el Canal de la Mancha
hasta la frontera franco-suiza, se extendían frente a frente las trincheras
enemigas de primera y de segunda línea. Allí en pocas horas los cadáveres se
acumulaban hasta alcanzar alturas de un metro y más. Los soldados vivían el
interminable calvario de las heladas, el barro, las inundaciones, los piojos,
las infecciones y el hambre. A todo eso se agregaban los bombardeos, los
asaltos y más tarde los ataques con lanzallamas y gases tóxicos que reventaban
los pulmones y los ojos.
Sin embargo, en medio de ese infierno, se originó un suceso que ayuda a mantener viva la confianza en el hombre.
La noche de Navidad de 1914 hubo una luna esplendorosa en diversos lugares del frente occidental. La tierra estaba helada y blanca y una calma inusual se extendió a lo largo de las excavaciones y de las alambradas. De pronto los ingleses advirtieron que varias luces comenzaban a encenderse en las líneas enemigas. Al principio no se explicaron lo que ocurría. Después, alguien se dio cuenta de que al otro lado de la “tierra de nadie”, una franja de cerca de 50 metros que separaba las trincheras, los alemanes estaban preparando arbolitos de pascua. Cerca de las 12 se escucharon coros entonando la tradicional canción navideña: “Noche de paz, noche de amor...”, y otros villancicos.
Cada vez que los alemanes concluían una canción, sus enemigos ingleses los aplaudían. Los británicos, entusiasmados con la celebración, improvisaron sus propios coros y así la casi cinco meses de guerra, no se escucharon disparos en el mundo.
Por la mañana, narra el teniente alemán Johannes Niemann, uno de sus hombres entró en el refugio para contarle que allí fuera se estaba conversando con el enemigo. Los soldados habían abandonados sus posiciones para encontrarse en la fierra de nadie. Hubo Conversaciones, canciones, algún que otro regalo y mucho intercambio: chocolate, aguardiente, tabaco…
En el día de Navidad uno alemán salió de las
trincheras con las manos en alto. Nuestros compañeros inmediatamente salieron
de sus trincheras y los alemanes de ellas y nos encontramos en el medio y por
el resto del día fraternizamos, cambiamos comida, cigarrillos y souvenirs. Los
alemanes nos dieron algunas de sus salchichas y nosotros le dimos algunas de
nuestras cosas. Los escoceses comenzaron a tocar sus gaitas y compartimos una
rara alearía que incluyó un partido de futbol con los alemanes. Los alemanes
nos dijeron estar cansados de la guerra y deseaban que terminara. Al día
siguiente recibimos la orden de que toda comunicación e intercambio amistoso
con el enemigo debía cesar, pero nosotros no disparamos en todo el día y los
alemanes no nos dispararon a nosotros
Soldado W. Pentelow (de la 1a. Brigada en Riffles), en carta a su hermana
Los diarios que acaban de aparecer de un soldado ingles lo cuenta así “En un momento dado un tío escocés salió fuera con un balón y empezó un partido con cubos como portería. Jugar en aquel campo helado no era nada fácil”. La leyenda cambia según quien la cuenta sobre la victoria 3-2 para un bando u otro, aunque en realidad sería lo que hoy calificaríamos como una pachanguita, embellecida por el tiempo. No todo fue tan grato, la tregua fue aprovechada para retirar cadáveres que llevaban semanas pudriéndose en el lodo. El Alto Mando se enfadó al ver las fotos sobre “la tregua del futbol”. Los británicos decretaron que confraternizar con el enemigo sería considerado traición, con severos castigos ante un consejo de guerra.
Este
relato sirvió de inspiración para la película francesa Feliz Navidad. En esta
semana el presidente de la UEFA Michel Platini, inauguró un monumentos en los
verdes prados de la aldea belga de St Ayes. Y el príncipe Guillermo presentó un
monumento que recuerda “la tregua del balón” El futbol tuvo el poder de
derribar barreras y unir a la gente
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