La Tomatina ha traspasado fronteras y
forma ya parte del vocabulario popular de las fiestas españolas. La batalla de hortalizas más grande -y
popular- del mundo se celebra cada año en un pequeño pueblo valenciano. Buñol, cuya población no llega a los
10.000 habitantes, ha conquistado a propios y ajenos de diversas
nacionalidades, gracias a su peculiar baño rojo.
Nada hacía pensar en el año 1945 que una pelea entre jóvenes buñolenses acabaría por situar a esta pequeña localidad en el mapa de todo el mundo. Los típicos gigantes y cabezudos que amenizaban las fiestas del lugar, fueron los causantes de que las tradiciones dieran paso a la revolución por la que hoy se conoce a Buñol. El último miércoles del mes de agosto de hace setenta años, algunos jóvenes decidieron unirse a la comitiva del desfile porque querían participar. Este movimiento provocó el rechazo por parte de la comitiva, la cual comenzó un forcejeo Uno de los participantes cayó y cuando se levantó empezó a pelear con quien estaba cerca de él y empezó una pelea. Por casualidad, allí había un puesto de verduras con cajas abiertas que mostraban los tomates en venta. Los jóvenes que participaron en la lucha cogieron los tomates de las cajas y comenzaron a tirarlos a los enemigos, respondiendo éstos del mismo modo, terminando en una pelea donde se lanzaban tomates los unos a los otros hasta que la policía puso fin a "la batalla", y los responsables de la pelea pagaron por los daños. La Tomatina había plantado su semilla. La irrupción de las fuerzas del orden público en aquel peculiar festín no consiguió enterrar lo que, sin querer, ya se había convertido en tradición.
Un año después, y con el regustillo de la experiencia en la memoria colectiva, los culpables de haber encendido la Tomatina regresaron al lugar para provocar la batalla, esta vez de forma voluntaria y con los tomates traídos de casa. Aunque la policía dispuso todos los medios posibles para disolver la concentración una vez más, los jóvenes habían hecho historia. En los años 50, la Tomatina se topó de bruces con el férreo control del franquismo. A pesar de sus continuos intentos, los participantes lucharon por continuar con una tradición que les llevó incluso a visitar en más de una ocasión el calabozo. La reunión de los principales agentes del pueblo consiguió levantar las prohibiciones y hacer oficial una fiesta que cada año se volvía más multitudinaria y exaltada.
Poco duró la juerga. La Tomatina fue cancelada una vez más en el año 1957. La amenaza era mayúscula: sanciones y penas de cárcel para los que osarán lanzarse un solo tomate. Ese año la Tomatina se tornó en un gran sepelio. Los vecinos, como señal de protesta, decidieron cambiar la batalla por el entierro del tomate, una peculiar manifestación que les llevó a pasear un ataúd con una gran verdura dentro. Contra el ingenio de los ciudadanos, nada pudo hacer la censura. Dos años más tarde la Tomatina se convertía en la fiesta oficial del pequeño pueblo de Buñol.
La declaración en el 2002 de Fiesta de Interés Turístico Internacional han convertido a la Tomatina en mito. Su éxito y fama ha provocado que incluso varias ciudades asiáticas hayan decidido copiar la idea.
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