El próximo estreno el día 10 de abril de la película “La dama de Oro” protagonizada por Hellen Mirren en un biopic de la vida de Maria Altmann, sirve para relatar la historia del famoso cuadro de Gustav Klimt “Retrato de Adele Bloch-Bauer” y los avatares de su herencia.
Durante
seis décadas, el retrato de tonos dorados de Adele Bloch-Bauer, una intelectual
austriaca de principios del siglo XX, considerada una de las amantes del
pintor, colgó de las paredes de la Austrian Gallery, en Viena, junto a El beso,
otra de las obras cumbre de Klimt. Había sido un encargo del marido de la
retratada, Ferdinand Bloch-Bauer, y formaba parte de la colección de la pareja,
que poseía cuatro obras más de Klimt: otro retrato de Adele datado en 1911 y
tres paisajes. Adele falleció en 1925 y en su testamento solicitó que tras
morir su marido los lienzos fueran donados al Gobierno austriaco. Sin embargo,
Ferdinand, un rico empresario judío del azúcar, que huyó a Suiza tras la
anexión nazi de Austria en 1938, revocó el testamento de su esposa y decidió
que toda su fortuna, incluidos los cuadros, fueran heredados por sus tres
sobrinos, Luise, Robert y Maria.
En el año
2006 las obras de Klimt llegaron a manos de la nonagenaria Maria, la única
superviviente de aquel testamento. Desde el final de la II Guerra Mundial, los
tres sobrinos de Adele y Ferdinand intentaron recuperar el patrimonio de sus
tíos, saqueado y repartido entre los nazis. El Gobierno austriaco les devolvió
algo pero no los klimt.
Tras el
descubrimiento del testamento de Adele en 1988, donde simplemente se expresaba
su deseo de donar las obras al Gobierno de su país, los herederos comenzaron
una batalla legal que les llevó a denunciar a Austria ante Estados Unidos en
2000. Aquella denuncia, sin precedentes legales, fue finalmente aceptada por el
Tribunal Supremo estadounidense en 2004. En enero del 2006 un tribunal de arbitraje austriaco dio la
razón a Maria Altmann, residente en Los Ángeles desde 1942, y le tuvo que
devolver los cinco cuadros de Klimt.
Ese mismo año, las obras se expusieron en Los
Ángeles, la ciudad adoptiva de Maria, antes de ir a subasta y venderse a
colecciones privadas. El magnate de la cosmética Ronald Lauder compró el
Retrato de Adele Bloch-Bauer I por 135 millones de dólares para exponerlo en la
Neue Galerie, su galería de Nueva York.
“Adele es nuestra Mona Lisa. Es una adquisición sin precedentes",
declaró el comprador en el diario The New York Times, en cuya negociación intervino la casa de
subastas Christie's.
Así es como
la Mona Lisa austriaca, que los vieneses consideraban como un patrimonio
propio, paso de la Galería Belvedere de la capital austriaca a la ciudad de New
York. El director de La Dama de Oro, Simon Curtis, dice al respecto que hay gente que cree que ese cuadro es herencia
nacional que les pertenece como pueblo austriaco, más allá del expolio que
cometieron los nazis.
Huyendo de los moldes conservadores, Adèle fue
una idealista que convirtió el salón de su casa, en la céntrica
Elisabethstrasse, en lugar de encuentro con lo más progresista de la época: el
músico Gustav Mahler, el escritor Stefan Zweig, el también músico Richard
Strauss, el arquitecto Otto Wagner y el propio Klimt. Lo que no cabe duda es
que Adele Bloch-Bauer fue una mujer especial en su época, algo que todavía
transmite su imagen. Quizá por eso sus retratos son algunos de los cuadros más
caros de la historia del arte.
La
evolución de su relación y de su personalidad quedó reflejada en todos los
retratos que el maestro austriaco le realizó. Según algunos expertos, en todas
las representaciones que Klimt hizo de Adele -de hecho en todas las mujeres que
pintó- se esconde un deseo desbordante hacia ella. Incluso algunos han llegado a ver en Adele
una metáfora de la Dánae o Judit de Klimt.. Sus pinturas, al igual que las de su
discípulo Egon Schiele, fueron confiscadas por los nazis por ser consideradas
“arte degenerado”.
Como si de
un icono bizantino se tratara, sólo podemos apreciar con claridad el torso,
parte de los brazos, las manos y el rostro, absorbiendo el entorno al resto de
los elementos, incluyendo a la figura en la decoración. Las influencias de la
estampa japonesa las podemos encontrar en la eliminación del espacio y la
bidimensionalidad de la figura pero la verdadera fuente de este icono la
encontramos en los mosaicos bizantinos de Ravena que Klimt había visitado en
dos ocasiones en 1903. Incluso algunos estudiosos vinculan esta obra con las
madonnas italianas de época medieval, al presentar un aspecto de madre y objeto
de culto
Me encanta esta historia.
ResponderEliminar