Hay ciudades tocadas por el destino, ciudades en las que convergen todas las miradas y anhelos. Córdoba es una de ellas. Su casco histórico, Patrimonio de la Humanidad, conserva intacta la impronta musulmana, con calles estrechas y laberínticas, plazuelas recoletas, pequeños jardines, casas blancas recogidas en la intimidad... Y despuntando entre naranjos: la Mezquita.
El gran monumento agareno, primero templo islámico y después catedral cristiana, es uno de los edificios europeos más antiguos en uso y el ejemplo más notable de esa simbiosis singular entre el ayer y el hoy que forma parte indeleble de Córdoba.
Pocas construcciones -religiosas o no-, alcanzan el sereno equilibrio que las manos de los sucesivos artistas han conseguido reflejar en cada una de sus partes durante los más de once siglos que ha llevado su desarrollo arquitectónico (desde el siglo VIII hasta el XIX, cuando se realizaron las últimas reformas).
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