La verdad es que hay muy pocas diferencias entre las dos versiones salvo que la de 2003 es claramente francófona y la versión de 2014 es anglófona. El argumento es el mismo y el guión de ambas películas está firmado por Ken Scott. Las dos están rodadas en un pequeño pueblo de Canadá.
Los habitantes del pueblecito costero de Sainte-Marie-La-Mauderne, antaño orgullosos pescadores, se ven obligados a vivir de subsidios gubernamentales. Con el tiempo, el orgullo deja paso a la melancolía, la apatía y la desesperación. Cuando el alcalde se muda a la ciudad, Germain lo sustituye. Una empresa está dispuesta a instalar una pequeña fábrica en el término municipal, pero una de las condiciones es que el pueblo tenga médico, cosa que no parece posible, a pesar de que se ha solicitado reiteradamente. Surge, sin embargo, una cierta esperanza cuando se enteran de que un joven médico va a pasar un mes en el pueblo. Esa es la razón por la que Germain, con la colaboración de los vecinos, decide hacer todo lo posible para que el atractivo del lugar le resulte irresistible al visitante.
Este es el argumento que al ir desarrollándose nos mostrará algunas escenas verdaderamente hilarantes.
La versión de 2014 está dirigida por Don McKellar.
No tiene nada que envidiar a la primera versión, la francófona que dirigió Jean- François Pouliot en 2003, de la que ésta que ahora se estrena es un remake en lengua inglesa, y hasta podría asegurarse que mantiene unos niveles de encanto y de frescura similares y en ningún caso inferiores.
En fin, que el nuevo realizador Don McKellar ha estado a la altura de las circunstancias reelaborando una magnífica cinta canadiense que merece los elogios del auditorio y que se recomienda por sí sola. Buena parte de esta feliz aventura hay que atribuirla, junto al citado director, al guionista Ken Scott, que es el mismo que escribió la cinta original, y a unos magníficos actores, especialmente el irlandés Brendan Gleeson, que incorpora a Murray French, y Gordon Pinsent, que en un cometido más breve pero muy brillante, da vida al cascarrabias Simon, que ya obtuvo por este cometido el premio al mejor actor de reparto del cine canadiense.
El verdadero meollo de toda la deliciosa carga de elementos que confluyen en la cinta hay que buscarlo en el magnífico argumento, por un lado, y en tono de comedia que desprende incluso en los momentos más delicados. El decorado en el que se instala es una localidad cercana a Ottawa, Tickle Cove, que pasa por un momento de crisis que amenaza con acabar con la historia de la localidad, condenada desde hace años a que sus antaño orgullosos habitantes vivan penosamente y con síntomas de humillación, del subsidio que le proporciona mensualmente el gobierno.
No tiene nada que envidiar a la primera versión, la francófona que dirigió Jean- François Pouliot en 2003, de la que ésta que ahora se estrena es un remake en lengua inglesa, y hasta podría asegurarse que mantiene unos niveles de encanto y de frescura similares y en ningún caso inferiores.
En fin, que el nuevo realizador Don McKellar ha estado a la altura de las circunstancias reelaborando una magnífica cinta canadiense que merece los elogios del auditorio y que se recomienda por sí sola. Buena parte de esta feliz aventura hay que atribuirla, junto al citado director, al guionista Ken Scott, que es el mismo que escribió la cinta original, y a unos magníficos actores, especialmente el irlandés Brendan Gleeson, que incorpora a Murray French, y Gordon Pinsent, que en un cometido más breve pero muy brillante, da vida al cascarrabias Simon, que ya obtuvo por este cometido el premio al mejor actor de reparto del cine canadiense.
El verdadero meollo de toda la deliciosa carga de elementos que confluyen en la cinta hay que buscarlo en el magnífico argumento, por un lado, y en tono de comedia que desprende incluso en los momentos más delicados. El decorado en el que se instala es una localidad cercana a Ottawa, Tickle Cove, que pasa por un momento de crisis que amenaza con acabar con la historia de la localidad, condenada desde hace años a que sus antaño orgullosos habitantes vivan penosamente y con síntomas de humillación, del subsidio que le proporciona mensualmente el gobierno.
Sin que el joven médico lo sepa, Germain consigue hacerse con mucha información personal para poder satisfacer el más pequeño detalle del huésped. El pueblo entero se convierte en un pueblo hecho a medida. Desde la ropa que llevan las mujeres, pasando por la comida, hasta las enfermedades de los pacientes, todo está diseñado para complacer al médico. A pesar de ser un poco brutos y torpes, incluso los más desengañados se unen a la causa común. Igual que antes cuando salían de pesca, el pueblo entero trabaja en armonía y con ganas para seducir al médico y convencerle de que Sainte-Marie-La-Mauderne es el sitio más bello del mundo para establecerse. Intentando seguir las instrucciones de Germain,el pueblo intenta seguir la delgada línea que separa la seducción de la mentira.
Ya muy cerca del objetivo, conscientes de que hace tiempo que han cruzado la línea y que están en el lado de la mentira y de la invención, Germain y los demás deberán escoger entre la fábrica y su integridad cara al médico.
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