Alécio de Andrade (1938-2003),
brasileño residente en París, recorrió durante casi cuatro décadas las salas
del museo del Louvre, a partir de 1964. Sus visitas nos han dejado 12.000
fotografías. Cada imagen semeja una escena de teatro que contemplamos por
encima de los hombros del artista, mientras los visitantes ofician de actores.
Una visión poética cuyo sentido del humor se une a la ternura para revelarnos
tanto la apropiación de los espacios del museo por el público, como las
relaciones, a veces insólitas, que se establecen entre algunos visitantes y
ciertas obras de arte. Sin procurar la cronología ni presentar un panorama de
las transformaciones acaecidas en el museo a través de los años, la exposición
de ciento once fotografías imaginan las diferentes etapas de una visita a la
manera de un guión cinematográfico.
No se trata
de fotos posadas, sino de fotos sorpresa que eran las que le gustaban a Andrade
y en ellas se muestra la actitud de parejas, de niños, de la vejez, etc. La
muestra funciona también como un amplio catálogo de tipos sociales y de
reacciones, desde la del avezado estudioso que escruta los cuadros a un
centímetro de distancia hasta la festiva indiferencia de los niños.
El proyecto
de Alécio de Andrade funciona como una rememoración del interés poblacional por
las artes y su instrucción en la materia como parte del desarrollo personal,
con una estética que nos resulta muy familiar, dando la posibilidad de 'espiar'
las reacciones de las miles de personas que cada año pasean por el Louvre.
Los hijos del fotógrafo en el Louvre contemplando "La Gran Odalisca" de Ingres y en la muestra fotográfica sobre su padre.
Esta
exposición fotográfica da la posibilidad de “espiar” las reacciones de las
miles de personas que cada año pasean por sus salas: expresiones de asombro, de
interés, de puro cansancio, de absoluta indiferencia, ajenas a las apabullantes
obras de arte que allí se exponen o totalmente abstraídas en su contemplación.
Así, el contraste entre la quietud de la obra de arte, fija en la pared,
siempre la misma, y la vida que desprenden quienes ante ellas se sitúan, a
pesar de haber sido inmortalizados a su vez por la cámara de Andrade, cala
rápidamente en el espectador de esta muestra, que no podrá evitar sonreír ante
muchas de las fotografías y pensar en cómo nos ven los demás cuando no nos
sabemos observados, cómo son nuestras reacciones a los ojos de otro. -
Un componente indisoluble del desnudo es el erotismo, elemento ineluctable por cuanto la visión del cuerpo humano desnudo genera atracción, deseo, apetito sexual
La
representación artística del desnudo ha oscilado en la historia del arte desde
la permisividad y tolerancia de sociedades que lo veían como algo natural, e
incluso lo alentaban como ideal de belleza, hasta el rechazo y la prohibición
por sociedades de moral más puritana, donde generalmente desde unas premisas
basadas en la religión el desnudo ha sido objeto de censura e incluso de
persecución y destrucción de sus obras
Un caso que
podría haber acabado en una pérdida irreparable de numerosas obras maestras de
grandes artistas fue el protagonizado por Carlos III, quien en 1762 ordenó
quemar por consejo de su confesor todos los cuadros de desnudo pertenecientes a
la colección real, y que con tanto esmero habían coleccionado los monarcas
hispánicos desde Carlos I hasta Felipe IV. Entre las obras se encontraban, por
ejemplo, Las Tres Gracias y el Jucio de Paris de Rubens.
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