1. Nos conocimos a los veintipocos. Íbamos a la misma escuela de Arte y sentíamos pasión por la pintura, por el cine y por la literatura. Kenneth escribía poemas maravillosos y yo hacía fotografía. Disfrutábamos viendo las películas de Woody Allen los viernes por la tarde, y a menudo quedábamos para tomar vino y debatir sobre el futuro. Un día, Kenny me pidió que posara desnuda para él, porque quería entregar mi retrato como trabajo de final de curso. Ese día yo estaba muy nerviosa, pero acabé cediendo porque en realidad me hacía ilusión mostrarle mi plástico juvenil, quizá con la esperanza de que aquel dia surgiera algo más. Surgió. Kenny y yo nos convertimos en dos amantes impecables como aquellos de las películas de amor que tanto nos gustaban. La vida nos sonreía y nosotros le devolvíamos la sonrisa. Mi corazón de juguete era lo más parecido a una bola de discoteca reluciendo en el cielo de la noche. Sabía que éramos especiales. Y, sí, vaya si lo éramos...
2.Pasaron los años de juventud y Kenneth y yo encontramos trabajo. Él logró convertirse en profesor de arte de la Universidad Mattel y yo me dediqué al mundo del modelaje. Mis medidas eran perfectas para aquello, y las ofertas no paraban de lloverme. Teníamos dinero, una buena casa a las afueras de la ciudad y unos gatos de raza maravillosos que dormían con nosotros por las noches. Aunque trabajábamos mucho los fines de semana, nos los dedicábamos por completo a nosotros. Íbamos a fiestas con amigos. Bebíamos más vino. Recorríamos los mejores restaurantes de la ciudad. . Aún éramos jóvenes y exitosos. Por la calle algunas chicas me reconocían de los anuncios de perfume y otras le reconocían a él por sus clases. Yo me sentía celosa al pensar en todas aquellas alumnas que a diario se enamorarían de Kenneth, pero procuraba decirme a mí misma que él se sentiría igual al pensar en todos los directores de cásting, fotógrafos y fans con los que yo trabajaba. Nunca nos faltó de nada. Nos peleábamos muy pocas veces. A veces me decía a mí misma que todo eso podía ser un síntoma malo, pero un día, una noche de sábado en nuestro restaurante preferido Kenny me pidió matrimonio. En ese momento cuando supe que de verdad éramos especiales.
3. Nos casamos en las Islas Kakki. Sólo invitamos a un puñado de amigos y a nuestros hermanos. La fiesta fue tan deliciosa como el banquete que organizamos. Todo tropical. Todo dulce y salvaje como nosotros. Después de la boda todo regresó a su lugar, y con ello, a la rutina. Poco a poco noté cómo el mundo se desgastaba. Ya no me llamaban de tantos sitios para actuar o para hacer de modelo. Mi economía se resintió. Un día me ofrecieron un trabajo en una revista de moda, y aunque yo estaba ilusionada aquello le pareció a Kenny de una bajeza intelectual descomunal.Me dijo que no podía rebajar mi talento a hablar de moda y compresas a un montón de mujeres. Me sentí insultada, ¡pero si llevo toda mi vida modelando! ¡Pero si precisamente empecé a posar por él! La vida puede cambiar en un segundo. La vida puede destruirse en un segundo: y aunque nos demos cuenta de ello, lo promocionamos. Sabemos que nos dirigimos al desastre y no hacemos nada para solucionarlo. Mi matrimonio se dirigía hacia el desastre porque yo lo estaba dando todo por nosotros y él sólo se preocupada de ir a sus clases y ser alabado por sus estúpidos alumnos con sed de ser artistas. La monotonía nos volvió distantes. Éramos un matrimonio convencional en medio de un mundo de plástico y cartón convencional.
4. ¿Celos, peleas, odio? ¡Eso no era lo nuestro! Pensé que todo esto tendría que ver únicamente con una mala racha. Que su frialdad y mi depresión sólo eran el síntoma de que necesitábamos pegar un cambio. ¿Un hijo, quizás? ¿Una mudanza? ¿Un viaje? Me decanté por la tercera de las opciones, esperando que si el destino nos gustaba quizá pudiéramos mudarnos a él, y entonces tener un hijo. Si nuestro amor era convencional entonces optaríamos por las soluciones más normales. Una tarde en la que tenía un rodaje pesadísimo para un anuncio de lencería decidí pedir a mis jefes el día libre fingiendo estar enferma. Entonces fui a la agencia de viajes y compré un par de billetes a Zücker. Todo el mundo me había hablado maravillas de ese sitio, decían que era el más romántico de Europa y yo quería que el romanticismo y el chocolate recorriera nuestras venas. Conduje hasta casa. Abri la puerta rosa de nuestra mansión. Fui directa hacia la habitación pensando encontrar a Kenny leyendo un libro de Houellebecq o quizá jugando al ajedez online. En lugar de eso, a mitad de camino, di con él y con una de sus alumnas fornicando en nuestra bañera.
5. La muy cerda le estaba haciendo una felación entre las burbujas de esos jabones carísimos que anuncié hace años y que tantas horas de rodaje y esfuerzo me llevaron. Kenny estaba un poco borracho y al ver mi cara se rió. No pude soportarlo. Pegué un grito enorme y le dije a la chica que abandonara mi casa de inmediato. No tendría más de veintiún años, la misma edad que tenía yo cuando Kenneth se enamoró de mí. En mi cabeza todo daba vueltas. Cuando la estudiante se hubo marchado el fuego empezó a recorrerme las venas. Yo quería amor. Quería cariño. Quería romanticismo y azúcar... y él respondía a mis esfuerzos con lujuria, celos y dolor. Estaba cansada y dolida. Cogí la botella de mi vino que se habían estado bebiendo y pensé en Woody Allen. Pensé en todas sus películas con final infeliz. ¿Así que al final la relidad puede ser tan estúpida y jodida como la ficción? ¿Entonces por qué no terminar la historia con un buen final, digno de mi director favorito? Rompí la botella en la cabeza de mi amor y con el crujido del cristal sobre su blandengue cerebro supe que había acabado con él. Sin embargo, cuando cayó aturdudo y moribundo sobre los bordes de la bañera decidí rematar la faena ahogándolo hasta que ninguna de sus articulaciones volviera a moverse. Hasta que cada milímetro de su infiel cuerpo estuviera realmente muerto.
6. Cuando era adolescente leí un libro que me impresionó mucho. Se llamaba La condesa sangrienta, o algo así. Estaba basado en la historia de una condesa que se bañaba en la sangre de sus jóvenes víctimas para así sentir que rejuvenecía. A mí me pasó algo parecido cuando maté a Kenneth: sentí que de pronto era joven y libre, y que nada podía deteneme. La bañera de casa estaba llena de sangre. El cuerpo de mi marido estaba allí, hundido en su propia verguenza. Aún nerviosa por todo lo ocurrido, me senté al borde de la bañera y removí el agua con los dedos. Sentí pena por él. Eché un vistazo al cuarto de baño y pensé en todos los buenos momentos que habíamos pasado allí juntos. Me acuerdo de que cuando compré esta bañera él me preguntó que por qué la había comprado, le dije que porque era elegante, pero él me contestó que más bien era algo sexy. Entonces me sentí llena de rabia de nuevo y fui a recoger mi bolso con los billetes de avión a Zücker que había dejado en el suelo. Hice la maleta, guardé a los gatos en sus transportines, preparé una mochila especial y pedí un taxi para el aeropuerto. Esa misma noche llegué a la ciudad más romántica del mundo dispuesta a tener la velada perfecta que tanto tiempo llevaba planeando en mi mente. El servicio de habitaciones me colmó de dulces y de vino. Puse música. Abrí la mochila. Coloqué la cabeza de Kenny sobre una bandeja de plata y la miré con amor. Con la mano levantada para hacer un brindis, lo supe de inmediato: seguimos haciendo una pareja perfecta.
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