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Recuerdo muy bien las Navidades de mi infancia, y las recuerdo con
alegría, sin una pizca de amargura. Todo era muy pequeño, la decoración, la
publicidad, las cenas, los regalos, todo menos el número de las personas que se
sentaban a la mesa, que por aquel entonces, como suele suceder en los países
pobres, era enorme.
Recuerdo aquellas Navidades en las que la estrella era el huevo
hilado, y nadie se compraba un traje para salir en Nochevieja, y los Reyes sólo
traían un regalo grande y sorpresas, ninguna tan codiciada como la del roscón,
que era un tesoro. Y en la frontera de 2014, un año tan duro, con 2015, que
volverá a ser durísimo para muchos españoles, quiero invocar el espíritu de las
Navidades de mi infancia, las fiestas de la sidra y el espumillón, donde se
cantaba y se bailaba y se comía turrón, y eso bastaba.
No consientan que el iPhone 6 que no pueden regalar a sus hijos les
amargue estos días. No acudan a los nuevos usureros que se anuncian en la tele
para endeudarse comprando regalos. No piquen en el anzuelo de la propaganda
multicolor, de la felicidad plastificada, de la alegría que se basa en dar
envidia a los vecinos. Y si la maldita crisis les ha empobrecido, escarben en
su memoria, recuerden aquellos tiempos en los que la pobreza no era un estigma
humillante, ni una vergüenza, ni una tragedia, sino la misma vida, la lucha
constante de todas las mañanas.
Cualquier parecido con Paco y Mª Gracia no es pura ficción, sino otra realidad in illo tempore. |
Ojalá en 2015 sean más felices que en 2014.
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