ANTONIO LUCAS. LA CULTURA. EDICIÓN EL
MUNDO.
Esta todo tan encanallado y fastuoso de mierda que el rechazo del músico Jordi Savall y la fotógrafa Colita a sus respectivos Premios Nacionales no ha dado de sí ni para una tertulia en la máquina del café. Antes estas cosas se celebraban más. El no de Javier Marías, por ejemplo, propició una caravana de desaires donde algunos petimetres afeaban la conducta al escritor sin aceptar (la medianía intelectual es así) que en aquel gesto había, principalmente, una ráfaga de coherencia (aunque no disimulaba cierta coquetería vecina a la vanidad). Y eso es lo que importa.
El Gobierno de Rajoy tiene en la Cultura otra vía de agua. No por la concesión de subvenciones a los adeptos al régimen. Ni por la preservación de los alineados. Ni si quiera por alimentar a un absurdo coro de creadorcillos orgánicos. Sino porque la Cultura que el PP estimula es la del analfabetismo funcional, el resentimiento ágrafo y la mediocridad justiciera. Es decir: el rechazo a la Cultura en favor de un culturismo de zambombazo y desprecio. Eso que no hace tanto algunos aún dirimían a tiros. No sé si me explico.
Una politiquería rampante que desdeña el pensamiento sofisticado, la literatura, el arte, la música, el cine, el teatro, la danza o la arquitectura (si no es para calatravear con mordidas) merece el más alto de los rechazos. Esa vuvuzela del no que colinda con la vergüenza. La Cultura no preserva de sufrir atropellos, pero dispone a saber afrontarlos. Arma a la gente para la disidencia y para algo mucho mejor: no aceptar lo irremediable. Propicia una sociedad más crítica. Una sensibilidad fortalecida, como un faro de costa. La Cultura no sé si es solución de algo, pero es el camino de todo. De todo lo razonable. El lugar de los afectos y de los demonios. Del calor y la intemperie de la vida. La proteína de la complejidad. La ruptura con el ciego argumento autoritario del «por cojones». La tundra de la duda. El alpiste de las conclusiones por cuenta propia contra el pienso de la mentira homologada. Ahora cualquier exabrupto lanzado por un frívolo instalado entre las siglas de un partido bajo sospecha es noticia y pólvora de tertulias. La Cultura también dispone a la elegancia de guardar silencio sin renunciar a la protesta, pues confecciona ciudadanos resistentes que aspiran a no perder la dignidad. La Cultura, por fuera, puede que no sea nada pero por dentro de un individuo determina cada uno de sus actos. A Unamuno no le falló el tiro: «Sólo la cultura da libertad». Lo que Arturo Pérez-Reverte llama «el antídoto contra esa gentuza sin criterio y con escaño». Un antídoto frágil, pero que al menos ayuda a intentar vivir sin ser del todo humillado.
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